Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco. Deuteronomio 9:24 RVR1960
Queridos amigos, la afirmación de Moises sobre la rebeldía del pueblo de Israel es válida para la humanidad en su conjunto.
Sin importar a qué religión pertenezca el humano, su condición de ser caído no cambia. Por lo tanto, la rebelde obstinación es una característica que domina su corazón. ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Ustedes resisten siempre al Espíritu Santo; como sus padres, así también ustedes (Hechos 7:51).
El pueblo hebreo había reincidido en sus actos de rebeldía; una y otra vez había pecado como nación contra Dios. Se supondría que después de vivir los prodigios realizados por Dios para provocar su espectacular salida de Egipto, todos estarían convencidos de Su poder para bendecirlos y de su decisión de no abandonarlos. Pero no fue así, pues los milagros de Dios tuvieron un efecto de muy corta duración en las mentes y corazones del pueblo de Israel.
Los israelitas a la mínima dificultad demostraban su orgulloso descontento, acompañado de una significativa ausencia de humildad. Cuando estaban en el desierto sólo tenían a Dios como sostén, sin embargo, no dudaban en protestar en vez de pedir con mansedumbre.
Tal era su arraigo a la cultura egipcia, que apenas pudieron, se hicieron un becerro de oro para adorarlo. Su dureza de corazón era infranqueable, nada podía hacerles entender. Fue un milagro más el que no fueran destruidos en el desierto. Dios una vez más se había mostrado misericordioso.
Bueno es recordar cuán pecadores somos. Moises se ocupó de refrescarle la memoria su pueblo para que el orgullo no los dominara, pues podrían haber pensado que se encontraban en la tierra prometida gracias a sus propios esfuerzos y en especial gracias su propia justicia.
La deuda de los escogidos para con Dios es inconmensurable, a pesar de ello Él no exige retribución. Es deber de los escogidos rememorar con dolor y vergüenza sus pecados del pasado y del presente para entender cada vez mejor, que no merecen nada sino el justo castigo de la mano de Dios, y para dimensionar cuán grande es la inmerecida gracia recibida por cada uno de ellos.
Traer a la memoria el pecado pasado no tiene la intención de torturar a nadie, sino más bien de someter al orgullo, llamando a la mansedumbre y a la humildad. Porque incluso en los corazones de los mejores creyentes la tendencia al orgullo es muy fuerte. Somos, además, propensos a olvidar nuestras rebeliones (dígase pecado) contra Dios, especialmente cuando el dolor ya pasó.
El orgullo quiere mostrarnos buenos, pero la maldad ronda en nuestros corazones. La fantasiosa imaginación del hombre lo lleva a pensar que puede ganarse la misericordia de Dios con su propia justicia. Y con dicha certeza mueren muchos. Pero cuando el contenido secreto de los corazones sea expuesto públicamente en el día del juicio final, no habrá ninguno que pueda ser declarado inocente.
Jesucristo es el gran mediador que aboga por nosotros ante el trono de la gracia. Él se humilló encarnándose, vino a morir en la cruz para pagar substitutivamente nuestros pecados. Es a través de Él que podemos acercarnos al trono de gracia del Dios Padre, sin importar la dimensión de nuestro cúmulo de pecados, para rogarle por misericordia.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.