No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. Deuteronomio 16:19 RVR1960
Queridos amigos, me imagino que en otros países similares al mío la corrupción se muestra también en casi todas las esferas, un poco más o un poco menos, pero ahí está.
Estoy seguro que la corrupción nació a la par de la caída del hombre y que existe desde los tiempos de Adán y Eva.
La palabra corrupción deriva del verbo corromper, y se trata del acto de corromper. Corromper, a su vez, significa echar a perder, dañar o podrir algo.
Son palabras que definen con toda claridad lo que el acto de corromper consigue, porque la corrupción del mundo echa a perder a las personas, las daña y sin duda pudre su alma.
Por tanto, no es de extrañarse que Dios esté absolutamente en contra de la corrupción y que haya dado un mandato que nos permite entender a todos que Él no está de acuerdo con tan terrible práctica.
El contexto del versículo se lleva a cabo en el desierto, durante los cuarenta años que el pueblo de Israel tuvo que vagar por él. Moisés estaba siendo abrumado por las tareas que tenía sobre sus espaldas y tenía dificultades para dirigir al muy numeroso pueblo a su cargo.
Decidió nombrar jueces y oficiales. Los jueces se harían cargo de toda actividad relacionada con la ley y los oficiales eran subordinados que tendrían asignadas diversas tareas de liderazgo.
Se supone que especialmente los jueces no deben torcer el derecho, deben ver a todas las personas con los mismos ojos y no deben hacer diferencias entre ellas, tampoco deben aceptar ningún tipo de soborno,
De la misma manera en que Moisés les dijo y seguramente les hizo jurar a los jueces recién nombrados, los jueces de la actualidad prestan un juramento ante autoridades superiores similar al de Deuteronomio.
Lo triste es que, no obstante, la existencia de un juramento, el soborno triunfa, casi siempre. El hombre natural no tiene el menor empacho en aceptar que todos tienen un precio, lo cual implica que, según este pensamiento, cualquiera puede ser sobornado, solo depende de la mercancía o del monto para que la tentación surta efecto. Debo admitir que en mi vida pasada alguna vez soñé con lo que podría hacer para conseguir un millón de dólares.
Lo ideal para el pueblo de Israel hubiera sido escoger jueces sabios y justos. Lamentablemente no designaron a jueces dignos de sus cargos, por lo que la rebelión y la injusticia campearon y el pueblo se vio en serias dificultades poco tiempo después de entrar en la tierra prometida. ¿Tiene esto algo de muy diferente con lo que vivimos en estos días?
Podemos rasgarnos las vestiduras a la luz de lo que realizan los «hacedores de justicia» y decir lo terrible que es la situación. ¿No sería eso mirar la paja en el ojo ajeno?
¿Nos hemos detenido a pensar si hacemos bien a todos y mal a nadie? ¿Hacemos acepción de personas en nuestros juicios? ¿Acaso no miramos con mejores ojos a los que se nos parecen, piensan similar o actúan de igual forma?
¿Puedo garantizar que en mi casa, trabajo, escuela, congregación y algún otro lugar donde ejerzo influencia hago prevalecer la justicia y la santidad?
El mundo es un mundo caído, por más idealismo que se le inyecte para querer hacerlo mejor, no cambiará y se mantendrá así o peor hasta el final de los tiempos. Vemos que el mundo fracasa una y otra vez en la elección de sus grandes líderes, así como con sus líderes menores, existiendo excepciones de personas probas, gracias a Dios.
Lo que nos queda es trabajar en nosotros, esforzándonos en responder las preguntas planteadas más arriba de la mejor forma posible. Jesucristo es la única respuesta, vivamos según sus preceptos, seamos obedientes para ser agradables a los ojos de Dios, aunque con eso nos hagamos desagradables a los ojos del mundo.
Les deseo un gran día y que Dios les guarde en toda sabiduría.