“Jehová es mi fortaleza y mi cántico, Y ha sido mi salvación. Éste es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré.” Éxodo 15:2 RVR1960
Queridos amigos, buscando una introducción para este versículo me quedé corto de palabras por su magnitud y profundidad.
Se trata de una descripción tan hermosa de lo que implica ser convertido, de lo que representa ser declarado hijo de Dios, de lo que significa haber sido regenerado en espíritu.
Si bien este texto corresponde a la época en la cual los israelitas habían sido liberados de la esclavitud de Egipto y gozaban de libertad gracias a la maravillosa obra que Jehová había realizado al sacarlos de su yugo, es también muy válido para el convertido de estos días.
Considerar a Jehová como el Dios hacedor de las máximas maravillas, además de que se trata de un Dios único y personal, en quien se puede confiar a ciegas, lleva a postrarse ante Él y a reconocer que es digno de toda alabanza y exaltación.
El creyente que ha sido bendecido con la gracia infinita de Dios, es también bendecido con el don de gozo y quiere elevar al más alto honor los cánticos más bellos que nacen de su corazón dedicados al Señor, reconociendo en gozo santo quien es Él y lo que ha hecho por él.
Para el convertido la salvación recibida de las manos de Dios, es lo más hermoso que le pudo y le puede ser otorgado, especialmente por haber llegado a reconocer que no merece nada de nada, y saberse protegido y fortalecido porque Él es gran fortaleza suya.
Con todas esas maravillas recibidas el corazón del creyente reboza de alegría y busca alabarle y exaltarle.
Nos damos cuenta que a Dios le pertenece el primer lugar en todo y por tanto es merecedor de toda gloria, es digno de ser enaltecido, digno de toda alabanza y de toda exaltación.
Dichosos aquellos cuyo Dios es el Señor Jesucristo. Bienaventurados los que han sido bendecidos con la fe, la misma fe que profesó Abraham, fe que le fue contada por justicia.
Les deseo que Dios les bendiga con su maravillosa gracia.