No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones. 1 Samuel 2:3
Queridos amigos, ¿cuántas veces nos hemos ganado, que nos digan que dejemos de ser tan orgullosos y altaneros?
No puedo cuantificar el número de veces que he hablado o actuado con mucha arrogancia, lo que me queda claro es que lo he hecho en variadas ocasiones y me arrepiento.
Retroceder en el tiempo y analizar el número cuantioso de veces que hemos pecado de altaneros, nos debe llevar a pensar lo culpables que somos ante Dios, quien sabe perfectamente lo que hemos hecho, y lo más duro, juzgará nuestras acciones.
Este versículo es parte del Canto de Ana y está puntualmente dirigido a su rival Penina. Ana oró con mucha amargura en su corazón por no tener un hijo y le prometió a Dios consagrarle a su vástago si la bendecía con un embarazo.
Elcana tenía a Ana y a Penina por esposas, la primera no tenía hijos y la segunda se mofaba de Ana con la arrogancia de quien se siente seguro, pues ella sí tenía hijos y veía la condición de infértil como despreciable.
Dios respondió a la oración de Ana y le regaló a Samuel, quien se convirtió en el juez más grande que tuvo Israel. Ana alabó grandemente a Dios por su favorable respuesta. Su oración estaba enfocada en la soberanía de Dios y en su agradecimiento por la manera en que la bendijo.
Desde la perspectiva humana Ana estaba muy herida en su autoestima y luchaba con su orgullo, lo cual la llevó a una suerte de negociación con Dios, porque se auto impuso una dura condición al prometerle al Señor que consagraría a su hijo para su servicio, de tal manera que apenas se dio la ocasión llevó a Samuel al tabernáculo en Silo para dejarlo en dedicación a Jehová, cumpliendo así su muy costoso compromiso.
Dios decidió bendecirla con más hijos, probablemente como compensación al sacrificio realizado, y le regaló otros tres hijos y dos hijas.
Observamos que Dios tiene el control sobre todas las cosas y sin duda, siempre cuenta con la última palabra ante los asuntos de nuestras vidas.
Por otra parte, también hemos de haber sido víctimas del orgullo y la altanería de otros. Que eso no nos llene de rencor y odio, más bien estemos gozosos de perdonar y que nuestro corazón se llene de misericordia sabiendo que Dios tiene el control y juzga todas las acciones.
Alabemos al Señor por todo lo bueno que nos da y también por lo que nos quita o no nos da, dejémosle controlar nuestras vidas con alegría, con la certeza que el está en control.
Les invito a pasar el día alabando a nuestro maravilloso Señor.