No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades. 1 Samuel 12:21
Queridos amigos, algunos tenemos el corazón tan duro que para reaccionar debemos estar delante de una tormenta.
Mientras estamos en la tranquilidad de la vida muchos de nosotros ponemos a Dios en un segundo plano, olvidándonos que Él es el artífice de todas las cosas y que a Él se lo debemos todo.
Las vanidades son las que generalmente nos llevan a desviar nuestra mirada del verdadero objetivo.
La vanidad se refiere a algo inútil y vano, no es más que una mera ilusión o una fantasía hueca, porque nadie se puede atribuir mérito alguno para sí mismo, pues el mérito es únicamente de Dios. Él único digno de toda alabanza es el Creador, para Él es toda la gloria.
La vanidad en el hombre está dada por el sentido de arrogancia o envanecimiento que se da cuando se posee el deseo de ser admirado y reconocido por sus propios méritos.
Se trata de un engreimiento unido a la soberbia y consiste en la acción de depositar la confianza personal en lo terrenal, poniendo de lado lo celestial y divino. La vanidad consigue que el humano sienta que no necesita a Dios, porque se tiene a sí mismo.
Samuel una vez más demostraba ser un buen hombre de Dios. El pueblo que estaba reunido delante de él se daba cuenta de que había pecado vanidosamente al pedir un rey. Estaban cercanos a la cosecha del trigo y una lluvia podría destruir la cosecha. Dios envió truenos y lluvia en época seca, lo cual dio lugar a que todo el pueblo se aterrorizara.
Después de haber maltratado a Samuel, se dieron cuenta que su insolencia los estaba llevando por el camino del desastre. Descubrieron, como si fuera algo nuevo, que necesitaban de Dios por lo que le pidieron que orara por ellos. Su nuevo monarca no podría lograr lo que Samuel podía conseguir a través de sus oraciones.
El pueblo pedía que Samuel rogase a Jehová su Dios, para no sucumbir ante la ira del Todopoderoso; porque a todos los pecados que ya tenían, se les había sumado el mal de pedir rey para ellos.
Vemos la misericordia de Dios en las alentadoras palabras de Samuel, cuando les dice que no se aparten de Jehová, que a pesar de todo Él estará con ellos, siempre y cuando lo pongan en el primer lugar, dejando de lado toda vanidad que no aprovecha.
Debían ser agradecidos con Dios, su gratitud se debía ver traducida en servicio y obediencia, caso contrario su vida valdría muy poco, y ya habían recibido una muy clara advertencia por parte de Jehová.
No obstante, la decisión tremendamente equivocada del pueblo, Dios decidió bendecirlo por su plena soberanía y bondad. Nada ni nadie se puede interponer a sus maravillosos planes.
Dios nunca abandonaría a su pueblo escogido, pero era frecuente ver los castigos que otorgaba con el objeto de disciplinarlo para que se encaminara a vivir en función a sus preceptos. Observamos que el objetivo central de Dios fue el de generar un medio a través del cual Jesucristo pudiera encarnarse para bendecir a judíos y gentiles.
Pongámonos en el lugar que nos corresponde, si a través de nuestra vanidad intentamos llenarnos de vanagloria, estamos tratando de reemplazar el lugar que le corresponde a Dios.
No nos será fácil emular a Samuel, pero podemos tomar su ejemplo de oración. La oración es pasar tiempo con Dios, es ponerse en comunión con Él. No dejemos que nuestro pecado y culpa nos aparten de pasar tiempo con Dios en oración, esforcémonos por orar con disciplina.
Les deseo un día muy bendecido.