Alábete el extraño, y no tu propia boca; El ajeno, y no los labios tuyos. Proverbios 27:2 RVR1960
Queridos amigos, en mi entorno escucho con relativa frecuencia de algunas personas que dicen, de sí mismas, ser muy apreciadas y queridas por otras.
Toda vez que oigo tal afirmación me quedo pensativo sobre los alcances de vanagloria de la gente. Por otro lado, entiendo que es una forma de expresar una buena relación, sin embargo, no dejo de pensar que es de mal gusto alabarse.
En tales situaciones, en son de burla, hago el comentario sobre mi madre, quien es la única persona que me dice que soy lindo, bueno y me quiere mucho.
La jactancia es una actitud vanidosa que algunas personas tienen al hacer alarde de sus propias cualidades o logros personales. La fanfarronería, aunque se trata de un estado más avanzado, se encuentra dentro de la misma categoría, el fanfarrón carece de tacto y es poseedor de un orgullo excesivo, presumiendo con arrogancia sus virtudes y ensalzando los valores que desea destacar de sí mismo, vive alardeando de todo lo que es y también de lo que no es.
Normalmente se exaltan los valores materiales, dicho sea de paso, que la gente ama alabar la riqueza y poder de terceros. En tanto que lo moral, cada vez más, pasa a un segundo o tercer plano dentro de las cosas para ser admiradas. Es notorio como muchos se vanaglorian en los logros de sus hijos, como si ellos fueran los autores de sus talentos y virtudes.
El mundo enseña que reconocerse a sí mismo como una persona valiosa es excelente. En consecuencia, dicen, alabarse a sí mismo es una señal de inteligencia, y no necesariamente el efecto de una alta autoestima.
Por otro lado está la versión opuesta, es decir la señal de baja autoestima en quienes se auto alaban, no sería otra cosa que una máscara que oculta una personalidad débil y carente de brillo, donde el dicho “dime de qué presumes y te diré de qué careces” se convierte en realidad.
Algunos ven el alabarse a sí mismo como arrogancia pura, además de contener un alto grado de egocentrismo tóxico, y están en la verdad.
Ninguna ocasión es propicia para auto elogiarse, por más buenos que seamos o creamos ser. ¿Vimos alguna vez a nuestro Señor Jesucristo jactarse de sus poderes o de su santidad? El único digno de todo loor y reconocimiento, jamás tuvo una actitud pedante ni altanera, menos se mostró insolente, ensoberbecido, alabancioso o presumido. Más bien fue el mayor ejemplo de humildad, un ejemplo que la humanidad entera debería seguir.
En Lucas 12:19 tenemos el ejemplo del hombre rico que se ufanaba de lo bueno que era para hacer dinero o conseguir bienes, diciendo: “y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”.
Otro ejemplo bíblico de persona jactanciosa es Moab hijo de Lot, persona arrogante, soberbia, altanera y altiva de corazón (Isaías 16:6); él y el hombre rico estaban muy distantes de ser humildes, pues no tenían ningún escrúpulo en auto alabarse.
El ejemplo contrario a la jactancia lo encontramos en Mateo 25:21: “Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” El siervo fiel era fiable y buen trabajador, probablemente se trataba de un hombre humilde y nada alabancioso; en justicia se ganó de forma merecida el halago de su señor.
Que tu propia boca no te alabe, que tus labios no se abran ante la tentación de ufanarte ante un logro o cuando detectes una debilidad en tu prójimo y veas que una de tus virtudes la opaca. Es mejor que otro te alabe, para no quedar como un fanfarrón de mal gusto.
Alabemos a Dios, exaltemos sus obras y maravillas. Si hay algo de qué alabar a alguien, que sea real y justo, no perdamos la oportunidad de hacer sentir bien a nuestro prójimo, siempre y cuando nos manejemos con la verdad.
Sean las bendiciones de Dios una constante en su vida.