En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. 1 Juan 5:2 RVR1960
Queridos amigos, con dolor, pero sin sorprenderme, observo cómo las personas, influenciadas por el mundo, inician sus preparativos navideños con una anticipación inusitada. ¡Todo sea por el espíritu navideño!
Esto es parte del estado de esclavitud del hombre natural de las costumbres, tendencias, intereses, opiniones y/o modas del mundo. En muchos casos se trata de esclavitud disfrazada de amor. Todos, exceptuando los creyentes genuinos, son esclavos, en mayor o menor medida, del sistema del mundo.
Aquellos que no están bajo dicho yugo de esclavitud, no son libres por mérito propio o por haber luchado conscientemente contra su opresor y haberle vencido. La fe en Jesucristo es el instrumento de liberación, pues la fe hace que la cruz de Cristo se haga efectiva sobre nuestro pecado. En fe y por fe estamos firmes en Jesucristo, y la fe genuina es un don de Dios.
Los deseos sensuales desmedidos en el corazón del hombre natural es el medio del cual el mundo se vale para conseguir el dominio sobre su alma. El creyente verdadero puede renunciar al mundo y vencerle, a través del Espíritu Santo que mora en él y la obra santificadora de la fe sobre su corazón, que lo purifica de concupiscencias, le permite combatir tentaciones y aguantar persecuciones de un pueblo sin Dios.
La fe, además de darnos victoria sobre el mundo, nos lleva a desarrollar una relación de amor con Dios, y la demostración de nuestro amor para con Dios es la obediencia a sus mandamientos. Observemos con mucha atención la maravillosa relación de causa y efecto entre la fe, el amor y la obediencia.
Dentro de mi testimonio, con cierta frecuencia le digo al Señor que soy un siervo inútil, pues peco y lamento no poder servirle de mejor manera. Tengo el gran anhelo de cumplir Su ley para demostrarle mi amor, la cual es santa, justa y buena, ademas de no ser gravosa para el creyente genuino. Los beneficios de obedecer los mandamientos de Dios son el bienestar y la satisfacción en aquellos que son enseñados por el Espíritu Santo a aplicarlos en su vida.
Cuando en alguna circunstancia adversa logró cumplir el mandamiento es motivo de regocijo, es una condición de plena libertad y felicidad. Saber que amo a Dios me recuerda que soy nacido de nuevo y que fui bendecido con misericordia, gracia y fe.
No hay que confundir el amor por los hermanos en Cristo Jesús con cariño, aprecio, afecto o amabilidad. Todas condiciones relacionadas con los sentimientos del ánimo del hombre natural, que de una u otra forma son de carácter interactivo, quien recibe da y viceversa.
El verdadero amor está indivisiblemente relacionado con la fe, el amor de Dios y el anhelo constante de cumplir sus mandamientos. La consecuencia de amar a Dios es el deseo por cumplir sus preceptos y el segundo más importante dice: ama a tu prójimo como a ti mismo.
El esfuerzo por cumplir los mandamientos da lugar a que no se le desee el mal al prójimo, incluso al enemigo, y más aún, al hermano en Cristo. Ese es el amor que exige Dios.
Si el regenerado en espíritu ama al Padre celestial, quien le trajo a la familia de Dios al hacerle nacer de nuevo y le tiene por hijo suyo, también debe amar a los otros hijos, sus hermanos y hermanas, que Dios ha engendrado.
El convertido insatisfecho con este mundo mira hacia la promesa de Dios, su fe le impulsa a estirar los brazos hacia el cielo y a vivir esforzándose por amar a Dios. Sus dificultades son constantes, el nacido de nuevo se puede ver en conflictos, incluso derribado, pero porque no está solo, se volverá a levantar y continuará peleando la buena batalla con el brío, la valentía y determinación de su fe y amor por Dios.
Entendiendo qué es amar, amemos a nuestro prójimo y a nuestros hermanos en Cristo.
Que la bendición de gracia recaiga sobre su espíritu.