Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida. Juan 5:39-40 RVR1960
Queridos amigos, en el acto de graduación de mi hijo se habló del futuro de los jóvenes bachilleres, y se dieron los deseos y recomendaciones pertinentes al acontecimiento.
Lo llamativo fue que nadie mencionara a Dios como pilar fundamental para el desarrollo de estos estudiantes ni como sustento para su venidera vida terrenal. Se agradeció a la vida y se puso especial énfasis en las capacidades y talentos de cada uno para forjar su propio destino.
A pesar de no tomar en cuenta a Dios estoy casi seguro que la mayoría de los presentes piensan que se irán al cielo o a otro lugar mejor, no pueden explicar cómo ni por qué, pero tienen un convencimiento intelectual y cultural tal, que gozan de una ingenua y peligrosa seguridad.
Comparar a los supuestos creyentes de estos días con los judíos estudiosos de hace dos mil años es muy difícil, sin embargo, hallo un punto en común, ambos tienen la certeza compartida de terminar en la presencia de Dios, aunque sustentados por motivos diferentes.
El común de las personas que nos rodean en el actual mundo en que vivimos tiene una noción de Jesucristo. Los menos son los que lo rechazan abiertamente, sin embargo, aquellos que no lo rechazan con sus palabras, lo hacen con sus actos, con su forma de pensar y de vivir.
En el mundo judío de comienzos de la era Cristiana los meticulosos estudiantes de las Escrituras no tuvieron ningún inconveniente para rechazar a Cristo Jesús. Estaban cegados por sus propios discernimientos, pues leían la Sagrada Escritura para encontrar argumentos que sustentaran su criterio personal.
Habían desarrollado una teología de hombres que defendían a como dé lugar haciendo uso y abuso de la Palabra. En vez de someterse a la Escritura, la sometían a sus creencias. Algo similar ocurre en estos días con quienes no tienen ojos espirituales para ver, utilizan la Biblia para apoyar sus propios puntos de vista.
Los religiosos judíos conocían con profundidad las Escrituras, pero no las ponían en verdadera práctica. A pesar de analizar y desmenuzar la Palabra no lograron ver al Mesías señalado. Su sistema religioso era como una camisa de fuerza, pues les quitaba cualquier flexibilidad para permitir entrar a Jesucristo en sus corazones.
Tenían tal enredo religioso que no estaban dispuestos a aceptar la revelación de la Palabra. Aunque pretendían ser los únicos escogidos para custodiar e interpretar las Escrituras, la palabra de Dios no moraba en sus corazones, su conocimiento era solo de carácter intelectual.
Para gozar de vida eterna es necesario haberse arrepentido y creer en el Hijo que el Padre envió. No podían ver el maravilloso testimonio de Jesucristo en las Escrituras, motivo por el cual rechazaban al Mesías e incluso habían decidido eliminarlo.
Jesús, como buen maestro, les ordenó escudriñar las Escrituras con mayor atención para identificar lo que no estaban captando. Si bien entendían que el camino para la vida eterna se encontraba en la Palabra, cometían el mortal error de pensar que la memorización y lectura repetitiva con un enfoque en su propia gloria les garantizaría su ida al cielo.
Ignorar el poder verdadero de las Escrituras y no escudriñarlas en busca de Cristo, como único camino hacia la vida eterna, es realizar una tarea intelectual de estudio sin ningún provecho espiritual. Solo a través de Jesucristo se puede conseguir la anhelada vida en el reino de Dios, la Escritura por sí misma no da vida, pero no deja de señalar a quien es dador de toda vida.
Muchos piensan que acercarse a Dios es aprenderse algunos rezos o pasajes de la Biblia de memoria, asistir a un catequismo, a la misa o culto los domingos sin falta. Se trata de un accionar parecido al de los judíos con el mismo final fatal.
Escudriñen las Escrituras para encontrar a Jesucristo en su búsqueda, por donde miren, encontrarán su hermosa bendición.