No puede el mundo aborreceros a vosotros; más a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas. Juan 7:7 RVR1960
Queridos amigos, la envidia de los líderes judíos condujo a que como consecuencia de ella llegaran a odiar a Jesús, posteriormente consiguieron que también el pueblo lo rechazara agresivamente. El mundo que lo rodeaba terminó odiando a Jesús.
En la esencia del hombre natural no hay nada, que el mismo hombre natural pueda aborrecer, pero en la esencia de Jesucristo el hombre natural halla mucho para despreciar y terminar odiando. El mundo no puede aborrecer a los que son del mundo, pero sí aborrece a los que ya no son del mundo.
Cristo se encarnó y vivió en este mundo, pero nunca perteneció a él, pues no abandonó su ciudadanía celestial en ningún momento, en ese sentido fue un forastero o extranjero. De igual manera aquellos que son traídos a nueva vida por el poder del Espíritu Santo dejan de ser ciudadanos del mundo porque asumen la ciudadanía del cielo, pues son hechos hijos de Dios.
Los forasteros por ser diferentes suelen ser vistos con ojos de sospecha y desconfianza, también suelen ser menospreciados, y cuando por alguna razón representan un potencial peligro son rechazados con odio.
Jesús es diferente, no se parece en nada a nadie ni nada del mundo. Su doctrina ilumina las cosas malas del mundo y las hace ver tan malas como son, sin filtros que puedan atenuar lo que verdaderamente representan. Y al mundo no le gusta escuchar que es malo o que está haciendo mal. Entonces su reacción es de odiador rechazo.
A nadie que no tenga algo de humildad y mansedumbre le gusta oír que está obrando mal, y ante tal “agresión” la mejor defensa suele ser el ataque para destruir y retornar al statu quo. Destruir a Jesús era el objetivo de los judíos, pues les estaba moviendo demasiado el piso y ellos deseaban continuar su vida como estaba antes de su llegada.
Los preceptos de Jesús eran contrarios a los de los hombres, que se sustentaban en una religión y, a pesar de ello, estaban sumidos en tinieblas. No querían su luz, pues los encandilaba haciéndoles doler los ojos, era mejor el confort de la oscuridad. El pecado lleva a rechazar lo bueno, pensando que es malo.
Cuando la verdad contradice al pensamiento del mundo, el mundo se indispone, rebate escandalizado y defiende su posición con uñas y dientes. El pecado enceguese y se necesitan ojos para ver lo bueno de la verdad.
Lo que Cristo propone es locura para el mundo, cuyas enseñanzas son contrarias. Por eso el apóstol Juan exhortó a los creyentes diciéndoles que no amasen al mundo ni nada de lo que hay en él. Pues si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre (1 Juan 2:15).
Como el mundo desprecia a Jesús, aunque muchos afirmen lo contrario, los creyentes genuinos también pueden esperar ser rechazados. Seguir a Cristo como es debido conlleva el rechazo del mundo. El apóstol Juan nos brinda una valiosa aclaración en su evangelio: Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no son del mundo, antes yo los elegí del mundo, por eso el mundo los aborrece (Juan 15:19).
El apóstol Pablo les pregunto a los Gálatas: ¿Me he hecho, pues, su enemigo, por decirles la verdad? El que corrige al escarnecedor, se acarrea afrenta; el que reprende al impío, se atrae mancha. No reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca; corrige al sabio, y te amará (Proverbios 9:7-8).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.