¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones? Jeremías 7:10 RVR1960
Queridos amigos, en un tabloide internacional leí sobre la dimensión de la corrupción en uno de nuestros sufridos países latinoamericanos.
Uno de los grandes corruptos habría recibido más de mil millones de dólares en sobornos y, supuestamente, pasaba una vida tranquila y relajada en una localidad estadounidense.
Cuando finalmente fue encarcelado, con dolor y quizás vergüenza su glamour y ostentación se desinflaron por completo. Su éxito basado en la maldad fue efímero, intuyo que el pobre desgraciado (sin la gracia de Dios) pensaba que tenía la vida comprada, lo que no sabía es que no podemos hacer el mal sin sufrir.
Es común ver a este tipo de personas en actos religiosos mostrando una devoción especial, curiosamente hay quienes envidian su fe. Observando su forma de vivir podemos fácilmente llegar a la conclusión de que se trata de hipocresía pura o, para pensar menos mal, de absoluto desconocimiento de las cosas de Dios.
Me viene a la mente un corto pero impresionante libro titulado “la virgen de los sicarios”, cuenta esta historia que los sicarios en Medellín – Colombia, antes de perpetrar un asesinato, se encomiendan a su virgen para que les proteja y puedan tener éxito en el trabajo.
Al igual que en épocas antiguas en las cuales los israelitas repetían palabras engañosas seguros del accionar favorable de Dios, vivimos en estos días el engaño religioso del perdón de pecados por parte de un Dios comprensivo. Muchos consideran la participación (activa) en una religión o secta como suficiente para continuar con tranquilidad su vida mundana.
Las palabras de Dios nunca pierden vigencia, por lo tanto, es imprescindible enmendar las. acciones y conductas, abandonando los malos caminos. Dios acusará, entre otros, por robar, matar, cometer adulterio, jurar en falso, y seguir a otros dioses inexistentes. Es un descaro pensar que alguien pueda presentarse ante Él, y decir: “Estoy a salvo”, para luego seguir cometiendo todas sus abominaciones.
Solemos afirmar que los errores nos deberían llevar a un determinado aprendizaje, sin embargo, somos rápidos para olvidar lo malo que hacemos y pocas veces aprendemos de nuestros errores. Dios les pidió a los israelitas ir a su santuario en Silo y ver con sus propios ojos la destrucción que Él había hecho por culpa de la maldad de Su pueblo.
El Padre celestial se había dirigido a ellos (a través de los profetas) cuando cometían sus perversidades, les había hablado de ello repetidas veces, pero ellos no quisieron escuchar. Los llamó pero se negaron a contestar.
Dios estaba evidentemente airado, pues le pidió expresamente al profeta Jeremías no interceder por ese pueblo. Fue claro al decirle que no le rogase ni le suplicase por ellos. Le pidió no insistirle, porque no le escucharía. ¿Cómo podría atreverse a pedir por ellos viendo lo que hacían en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén?
Tanto niños como padres y esposas estaban involucrados en la cadena de pecado. Para ofender al Señor derramaban libaciones a otros dioses. Pero no era a Él al que ofendían, había afirmado el Señor. Más que nada se perjudicaban a sí mismos, para su propia vergüenza. ¿Podemos identificar esto como algo muy parecido a la situación de nuestros tiempos?
La práctica de la justicia es el camino correcto; mentir, hacer injusticia, oprimir al pobre y seguir a cualquier otro dios es para el propio mal. De nada aprovecha la devoción y observancia de los ritos religiosos si no se enmiendan las acciones y pensamientos.
No hagamos inefectiva la cruz de Cristo pensando que la gracia abundará en la medida en que pequemos. Perseverar en el pecado pensando que Dios no dejará de perdonarnos es un error mortal y eterno (Romanos 6:1-14).
La cruz de Jesucristo es la cura para todos los males espirituales, ella lleva al pecador a vivir en justicia para tener paz con Dios. Sin Cristo Jesús como mediador entre Dios y los hombres correríamos el mismo destino que el pueblo que no escuchó su llamado. La misericordia y gracia solo pueden ser efectivas a través de la muerte del Hijo de Dios en sacrificio perfecto por una única vez y para siempre. Sin fe verdadera es imposible ser salvo, y si alguien se cree convertido, el cambio radical en su vida debe ser evidente.
Si hemos muerto al pecado, no podemos continuar viviendo en él. De lo contrario necesitamos arrepentirnos y convertirnos. Le pido al Dios todopoderoso que les bendiga con su gracia.