Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Más él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Lucas 12:13-14 RVR1960
Queridos amigos, Cristo Jesús es el Justo Juez, quien vendrá a juzgar en justicia a la humanidad en su conjunto por los pecados cometidos en transgresión. Su juicio será universal, el cual se llevará a cabo al final de los tiempos de este mundo en su segunda venida.
Mientras tanto los temas que no son urgentes ni dignos de la atención del Señor no serán tratados por Él, pues nadie lo ha puesto como juez o partidor en temas domésticos o civiles, incluso en temas de mayor envergadura o relevancia no se verá su participación.
Los objetivos que Cristo persigue son espirituales, pues su reino es espiritual y nada o muy poco tiene que ver con este mundo. Si bien la justicia que exige que se obre es de mucho bien para este mundo terrenal, es de carácter eterno y tiene precisamente una perspectiva para la vida espiritual justa en las eternas moradas de Dios.
Los creyentes cristianos tienen el deber de obrar en justicia, siguiendo la ley de Dios como único modelo posible a seguir. La ley del hombre es la que está diseñada para ayudar a dirimir en casos tales como el problema de la herencia entre hermanos. Mientras esta ley humana más se acerque a la ley de Dios mejores efectos se obtendrán.
El anhelo que tiene el hombre espiritual nacido de nuevo por cumplir la ley de Dios está fundamentado en la gracia divina de su Creador. Sin embargo, los poderes judiciales del mundo no se sustentan en la gracia y buscan crear leyes que, según ellos, son necesarias para los fines determinados.
En ese sentido Cristo exige que todos obren con justicia, pero no deben intervenir donde no son llamados, de ahí también es que los cristianos verdaderos, por ejemplo, no deben participar en política, porque ésta no se sujeta para nada a la justicia exigida por el Señor. Existen religiosos que se consideran aptos para actuar como dirimidores, lamentablemente en muchos casos no consiguen buenos resultados por no poseer la autoridad y competencia para obrar efectivamente.
Si no se llegase a hacer justicia para el creyente en este mundo, el creyente no debería inmutarse mayormente, sabiendo que para los que aman a Dios todas las cosas ayudan a bien (Romanos 8:28), además de que las recompensas que Cristo ofrece son de otra naturaleza. El Señor nos enseña: al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues (Lucas 6:29).
Nada material puede reemplazar las riquezas espirituales de Dios. De ahí que la avaricia o la necesidad de poseer objetos resulta un grave peligro para la vida del cristiano, son pecados de los cuales hay que estar cuidándose constantemente.
Jesús observó una actitud de ese tipo en la persona que le pidió actuar como dirimidor y pasó a hablar de otro tema, que tenía exactamente que ver con el problema de estos dos hermanos: la codicia. La verdadera vida no tiene nada que ver con las posesiones materiales, la prosperidad en Dios es lo realmente relevante, y no está ligado a ningún valor material de este mundo.
Se puede vivir de manera digna en este mundo sin estar detrás de poseer cada vez más cosas materiales. Dios quiere que vivamos plenamente, en equilibrio y con salud espiritual con los ojos puestos en Él.
El acumular bienes terrenales es de necios cuando nada se puede llevar a la tumba, aun así el hombre natural insiste en la búsqueda de riquezas del mundo, no puede ver la importancia de la eternidad y termina como rico miserable cuando muere sin Dios.
El creyente genuino no debería señalar a nadie del mundo como modelo para imitar y tampoco debería buscar relacionarse con aquellos exitosos del mundo, especialmente porque no conoce sus corazones y tampoco podrá conocerlos.
¿Acaso no es visible el estilo de vida de los que más tienen? Cuando los que más tienen pierden algo de sus riquezas se afligen, y cuando llegan a tener más no reflexionan sobre cuánto bien pueden hacer, cuando lo hacen buscan su propia gloria. Las riquezas conducen a confusión, pues los ricos empiezan a pensar en cómo no perder sus riquezas, qué comportamiento más necio cuando no sabes si mañana vivirás.
Busquemos primeramente el reino de Dios, esa debe ser la prioridad absoluta a seguir, cuando lo hayamos encontrado, el resto de cosas será añadido a nuestras vidas, el Señor promete suplir nuestras necesidades. Si buscamos las cosas de arriba estemos seguros que también estaremos agradeciendo en algún momento a la providencia de Dios.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.