Y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Romanos 8:8 RVR1960
Queridos amigos, los sufrimientos del Hijo de Dios en la cruz del calvario, y finalmente su cruenta muerte, deben ser el más claro ejemplo de que la consecuencia del pecado es la muerte, es decir el que peca debe morir.
Nuestro Señor Jesucristo no pecó jamás, sin embargo, se ofreció libremente en muerte sustituta para pagar el precio del pecado de la humanidad y satisfacer de esa manera la justicia divina. El Dios Padre aborrece el pecado y en santa justicia se cobra con la muerte, no la física sino aquella espiritual de carácter eterno.
La naturaleza de Dios no permite la más mínima cercanía del pecado, es tal la santidad del Creador, que el único espacio que el pecado halla en Él está en el aborrecimiento pleno y total de todas las transgresiones que hieren su santidad.
La consecuencia es que los que viven según la carne no pueden agradar a Dios, porque viven en pecado. El relativismo, los depende, los diferentes tonos de gris, las medias tintas, etc. no condicen con el pensamiento de Dios, o se está con Él o se está con Satanás, o se es hijo de Dios o se es hijo del diablo. De igual manera, o se vive según la carne o según el espíritu; siempre son dos extremos opuestos los que definen el estado espiritual del hombre.
Vivir según la carne, es estar sujeto a la vida natural que el hombre caído tiene en este mundo sin la presencia de Dios. Todos, sin excepción, nacemos y vivimos según la carne hasta que la obra de cruz del Señor Jesucristo se hace efectiva sobre la vida de aquellos que llegan a creer en Él como su Señor y salvador.
Es a través de la fe que la cruz se hace efectiva sobre la vida del pecador para que sus pecados puedan ser perdonados. El hombre natural nace de nuevo a vida nueva a través del poder del Espíritu Santo, es decir que deja atrás su naturaleza vieja carnal para revestirse de una nueva naturaleza espiritual, convirtiéndose en hombre espiritual.
Mediante la cruz la corrupción del hombre natural es limpiada y el Padre celestial puede obrar justificación sobre él. El ministerio de la justificación da lugar a que el pecador pueda ser declarado justo a través de la justicia obrada por Jesucristo, de esa manera se abre el camino para agradar a Dios.
Para agradar a Dios es necesario dejar de andar sometido a la carne y empezar a vivir bajo el espíritu, dejando de lado para siempre la naturaleza vieja para asumir aquella nueva espiritual, que es dada por el Espíritu de Dios, se empieza a vivir por gracia, cada vez más alejado de la corrupción del pecado.
El pecador es renovado en espíritu, de estar muerto en delitos y pecados nace a vida nueva y anhela vivir en justicia y verdad. Por el lado opuesto está el corazón no renovado, que se niega a seguir las cosas de Dios, su voluntad es contraria a los deseos del Creador y es incapaz de obedecer ni siquiera uno solo de los mandamientos.
Ahora cabe preguntarnos: ¿por cuál camino se mueven nuestros deleites y pensamientos? ¿Nos gozamos más en la carne y el mundo o en el Espíritu? ¿Continuamos bajo la endeble sabiduría del mundo o estamos encaminados por la única Verdad, aquella que conduce a la genuina sabiduría?
Para andar en el camino de la gracia, la mente carnal debe ser demolida y desterrada, pues es enemiga de Dios. El hombre con una mente renovada puede afirmar que tiene el Espíritu de Dios morando dentro de sí, ya no está en la carne y puede agradar a Dios.
Así como el Espíritu Santo es la garantía, las arras, de vida eterna para quienes creen en Cristo Jesús, también la presencia de Cristo es una promesa para el nacido de nuevo, pues con Cristo he sido juntamente crucificado, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí (Gálatas 2:20).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.