Y dijo Abraham a Dios: Ojalá Ismael viva delante de ti. Génesis 17:18 RVR1960
Queridos amigos, cuando el corazón está endurecido creer se convierte en una hazaña imposible.
Abram había dejado atrás su tierra natal para obedientemente dirigirse hacia la tierra que Dios le iría a mostrar. La obediencia primó, pues sin tener idea de qué le esperaba salió de su estable seguridad para ser forastero errante en tierras desconocidas, con el peso adicional de contar ya con setenta y cinco años.
La promesa que recibió Abram, además de formidable, es extraordinariamente motivante, pues ser bendecido por Dios ya es más que suficiente, pero que Él haya decidido engrandecer su nombre y convertir a un humano común y corriente en bendición para otros, además de ser protegido con maldición de Dios de los que le maldijeren, era un incentivo que nadie jamás había recibido (Génesis 12:2-3).
A pesar de tales promesas de Dios la vida de Abram no se tornó en una “taza de leche”, como se podría pensar; él, su familia y sus servidores atravesaron una serie de problemas. Por ejemplo, durante una hambruna tuvieron que migrar a Egipto, pasando por diferentes peripecias y peligros.
Al igual que todo hombre, también Abram tuvo sus dudas e inseguridades, pero Dios en su bondad iba reforzando su confianza de vez en vez, como cuando le dijo en visión: No temas, Abram; yo soy tu protección, y tu premio será sobremanera grande (Génesis 15:1).
El propósito de Dios se cumple en Sus tiempos, tuvieron que pasar más o menos diez largos años para que Jehová le volviese a prometer a Abram que tendría descendencia de su propia sangre. Una vez más Abram creyó en la promesa que Dios le hacía, y su fe le fue contada por justicia (Génesis 15:6).
Se trata de un hito histórico de mucha relevancia para los creyentes, pues se observa por primera vez, que Dios considera justo a un pecador para salvación solo por fe. Valga la aclaración, que la fe de Abram no se hizo efectiva para salvación eterna hasta la muerte de cruz del Señor Jesucristo.
Es posible asegurar que a partir del momento en que la fe de Abram le fuera contada por justicia, éste se había convertido en un hombre de Dios hecho y derecho. A pesar de ello no había aprendido a confiar en Él y buscaba la forma de ayudar al cumplimiento de la promesa.
Se dejó convencer por la lógica de Sarai, su esposa; si había de tener un hijo lo más consecuente era acostarse con otra mujer que fuera fértil. De esa manera tuvo relaciones sexuales con Agar la esclava de Sarai y de dicha unión le nació un hijo, Ismael.
Dios en su infinita paciencia no tomó ninguna medida correctiva por la falta de confianza demostrada por su escogido; pero las consecuencias no se dejaron esperar. Sarai tuvo que sufrir el desprecio de Agar, y a Agar no le quedó más que soportar ser afligida por su señora, y por sí fuera poco Abram tuvo que estar al medio de tales desavenencias.
Una vez más Dios se manifestó a Abram para asegurarle su promesa, y por primera vez en la historia mencionó ser el Dios Todopoderoso, El-Shaddai. A fin de reforzar lo que iría a suceder le cambió de nombre a Abraham, que significa padre de naciones y su esposa empezó a llamarse Sara.
El nuevo hombre, Abraham, no podía vislumbrar un desenlace diferente en su mentalidad humana, a pesar de la increíble revelación de Dios de poderlo todo. Sin titubear le pidió a Dios bendecir de manera especial a su hijo Ismael, pues para él era obvio que su esposa no tenía la más mínima posibilidad de quedar embarazada.
Los tiempos de Dios pueden resultar extremadamente largos, al extremo de llevarnos a pensar que Él está esperando que nosotros obremos. Tuvieron que pasar veinticinco años para que nazca el hijo prometido, Isaac, además de muchas vicisitudes en la vida de Abraham.
Observamos que un gran hombre de Dios, a pesar de haber demostrado mucha confianza en su Señor, no dejó de fiarse en el sentido común humano, y para no exaltar su accionar pecaminoso diremos que tuvo varias metidas de pata.
Pudiendo poner toda su confianza en Dios no lo hizo y, por tanto, pecó. En dos ocasiones evidentes mintió para salvar su pellejo ocultando ser el marido de Sara; tampoco esperó en Dios y adulteró con Agar bajo la aquiescencia de su ama, dándole de esa manera una pequeña “ayuda” al Todopoderoso.
Dios había escogido a Abraham de entre un pueblo idólatra como lo eran los habitantes de Ur de Caldea para cambiar su corazón de piedra por uno de carne. El resultado fue que Abraham creyó y fue sorprendentemente obediente en varios aspectos, pero no en todos.
Los hijos de Dios resultamos ser más o menos obedientes como los grandes hombres de la Biblia, pero por mantener todavía una parte del corazón endurecida pecamos. Que la bondad y paciencia de Dios sobre nuestros pecados nos sirvan de consuelo, pero de ninguna manera debe ser un aliciente para seguir pecando.
Creamos en Dios y sus promesas, sabiendo con certeza que su divino propósito será cumplido, aunque nuestro sentido común nos diga otra cosa.
Les deseo un día muy bendecido.