He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. Isaías 59:1-2 RVR1960
Queridos amigos, ¿estamos en condiciones de admitir que nuestros pecados nos separan de Dios?
En relación a esta cuestión hay diferentes escenarios, donde las condiciones (espirituales) en las que vivimos juegan un rol determinante.
Es imperioso comprender previamente, que nuestro estado situacional no depende de Dios en el sentido que Él realice algo en nuestra contra, la Palabra es clara al decir que la mano de Dios no se ha acortado para salvar y que tampoco su oído se ha puesto mal como para dejar de oír, obviamente ambas cosas imposibles que Dios las incentive por su condición de inmutabilidad y fidelidad.
Muchos suelen echarle la culpa a Dios por sus diferentes males, otros simplemente se ríen en la noticia de que el pecado existe, otros reconocen externamente que son pecadores, muchos dicen estar convencidos de ser pecadores, pero solo les dura un tiempo, otros muchos se identifican con un dios solucionador de problemas y se ponen de parte de él.
Por supuesto que existen otros que simplemente niegan la existencia de Dios, así como muchos otros que creen en dioses inexistentes. Finalmente están aquellos que confiesan su pecado en genuino arrepentimiento y se benefician de la misericordia y gracia de Dios. Recordemos la muy orientativa parábola del sembrador de Mateo 13:1-9 donde el Señor Jesucristo describe cómo las diferentes personas reciben el Evangelio.
Dentro de la lista de ejemplos existen solo dos grupos de personas, aquellas que caminan con Dios y las que no lo hacen. Aquellos que no han tenido arrepentimiento genuino son quienes a través de sus pecados, han roto la posibilidad de tener comunicación con Dios, por tanto, han generado una división con Él, la cual es irreconciliable para el hombre natural, sin embargo, es posible revertir para los que han creído en Jesucristo como Señor y salvador, a través de su muerte sustituta en la cruz del calvario.
El pecado lleva al hombre natural a no tener justicia verdadera, y aunque así lo crea, nada sabe acerca de vivir con rectitud. Encuentra solo oscuridad a pesar de buscar luz con ahínco. No se da cuenta que camina en tinieblas, mientras se la pasa buscando cielos radiantes.
Su sentido de la vista le dice que lo ve todo, sin embargo, camina como ciego, a tientas, porque no es capaz de ver la verdad. Su condición de pecado le lleva a vivir dando tropiezo tras tropiezo, ni la luz más radiante del mediodía le permite dejar de tropezar como si estuviera oscuro.
Se dice estar vivo, pero no sabe que está muerto. Recordemos a Jesús decir a su discípulo que los muertos entierren a sus muertos (Mateo 8:21).
Los pecados del hombre natural se han acumulado delante de Dios en gran manera, ahí están testificando en su contra. Queda pedir misericordia aceptando los pecados que cometemos, descubriendo nuestra rebeldía en humilde sumisión ante el Dios Padre, pidiéndole perdón por haberle negado, aunque no hayamos negado explícitamente su nombre, con nuestros pecados le negamos constantemente.
Él está siempre ahí, nosotros somos quienes no le vemos, los que le damos la espalda. Debemos reconocer nuestras injusticias y opresiones, nuestra maldad, nuestras mentiras premeditadas para que Dios deje de ocultar su rostro de nosotros.
Necesitamos a Dios, porque la justicia del hombre se opone a la verdadera justicia, los tribunales son contrarios a los justos, la honradez ha sido casi declarada ilegal, ya prácticamente no hay verdad. Detengámonos a observar cómo el mundo se va desarrollando. Volvámonos a Dios, dejemos de darle las espaldas.
Les deseo un día muy bendecido.