Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Lucas 13:23-24 RVR1960
Queridos amigos, conocí a una simpática señora que se jactaba de ser cristiana, indicaba que Dios la guiaba en todo y que generalmente las cosas le salían al revés de lo que había pensado, pero siempre resultaban buenas porque venían de lo alto.
Analizando sus comentarios y anhelos no pude comprobar coherencia entre su manifestación de ser una mujer de fe y su forma de vivir y pensar. Hablaba de discotecas concurridas por sus hijos, de viajes a ciudades que un creyente no suele desear visitar, demostrando además un apego a lo mundano contrario a la santidad que el convertido desea tener.
No por asistir los domingos a una congregación y por vivir en un entorno llamado cristiano se es creyente genuino. A fin de no herir sus sentimientos no la confronté con la Palabra y, más bien, decidí hablarle del Señor y de su evangelio en la siguiente oportunidad que se presentara.
El engaño de los líderes que enseñan medias verdades es tremendo y se ve reflejado en el ejemplo de la mencionada señora, quien además cambia de congregación sin identificar el tipo de doctrina en la que es enseñada. En consecuencia, se puede decir, que no estar en el lugar adecuado con las personas adecuadas conlleva el gran riesgo de quedarse fuera.
Por supuesto que es mejor mirarse a sí mismo y preguntarse qué será de uno, si realmente es salvo o no, antes de mirar a otros. Nadie se puede salvar a sí mismo y tampoco existe nada que pueda hacer a favor de Dios para salvarse. La fe en Jesucristo como Señor y salvador, y el genuino arrepentimiento son las únicas posibilidades de salvación.
El ignorante de las Sagradas Escrituras piensa que realizando obras externas obrará a favor de su ser interior, vemos que el método del hombre es de afuera hacia adentro, mientras que Dios obra desde adentro hacia afuera. La semilla que Dios siembra crece y pasa de ser invisible a ser un brote visible, pues no puede ni debe permanecer en secreto.
La evidencia está en el cambio radical de vida del convertido, en su verdadero arrepentimiento. El deseo activo de conocer más de Dios y la devoción fervorosa de establecer una relación íntima con Él son claras señales del cambio. Se cierra el círculo cuando se está dispuesto a negar lo carnal para dejar todo ese espacio libre para una vida en Cristo Jesús.
La puerta estrecha está abierta, pero en algún momento se cerrará. Las cargas grandes y pesadas de pecado no pueden atravesarla, solo Jesucristo puede alivianar esas cargas obrando justicia vicaria sobre las almas perdidas que llegan a creer en su muerte y resurrección, reconociéndole como su Redentor y Señor.
En mis inicios como creyente me encontré con un antiguo compañero de colegio en una velada cristiana, lo recordaba como a un malandrín que no andaba por buenos caminos, estaba metido en alcohol y droga, además se rumoreaba que los medios económicos para financiar su generosa vida eran de dudosa procedencia. Ya se podrán imaginar mi sorpresa al verlo de nuevo en una reunión dedicada a la alabanza al Señor.
Nadie sabe con anticipación si será salvo y nadie puede despreciar a otro pensando que no será salvo, o peor, que no merece la salvación, aunque las Escrituras digan que muchos son los llamados y pocos los escogidos; pero los postreros serán primeros y los primeros serán últimos (Mateo 20:16).
Aunque sean muchos los que quieran entrar por la puerta estrecha, especialmente aquellos que hacen obras externas, solo los salvos, en quienes mora el Espíritu y quienes viven para Jesucristo, serán los que ingresen y lo harán solo con esfuerzo, trabajando con temor y temblor en una vida de obediencia y de crecimiento en santidad.
No avanzar en santidad significa retroceder, por lo tanto, no creamos que porque nos hemos entregado a Cristo (a nuestra manera), ya estamos listos para pasar con tranquilidad por la puerta angosta. No corramos el peligroso riesgo de desviarnos del camino estrecho por desenfocar nuestra mirada y dirección en distracciones, y terminemos entrando por la puerta grande al lugar que menos queremos.
Les deseo un día muy bendecido.