Después de esto vivió Job ciento cuarenta años, y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Y murió Job viejo y lleno de días. Job 42:16-17 RVR1960
Queridos amigos, este par de versículos representa un fantástico final feliz de una de las más trágicas historias acaecidas a una persona en la historia de la humanidad.
En una amena reunión de amigos mientras sosteníamos una simpática conversación, salió a la luz la trágica historia de un conocido, quien había perdido a sus tres hijos bajo diferentes circunstancias en un periodo de tiempo relativamente corto. Uno de los presentes manifestó la resiliencia con la que los infortunados padres enfrentaron los terribles sucesos, uno tras otro.
Una amiga entre los presentes, con un sentido de dolor, manifestó no poder siquiera imaginar cómo llegaría a reaccionar si solo le pasase algo a uno de sus hijos, ni hablar de una nefasta muerte. Son emociones intensas y en ciertos casos desbordantes, que son difíciles de comprender y manejar.
La pérdida de seres queridos conduce al duelo emocional, el cual es un proceso de adaptación que permite, poco a poco, restablecer el equilibrio personal. Las consecuencias emocionales se relacionan con la persona fallecida y el modo en que se ha producido su muerte, y siempre suponen, en mayor o menor medida, gran dolor, desasosiego, desestructuración y desorganización.
Las emociones unidas a una pérdida son variadas y se van manifestando de acuerdo a los pensamientos, emociones y recuerdos. Además de reacciones somáticas la persona puede sentir o tener enfado, culpa, ansiedad, bloqueo, soledad, fatiga, sensación de irrealidad, apatía, impotencia, confusión, miedo, vacío, frustración, desesperanza, incertidumbre, añoranza y la infaltable tristeza.
Observamos que el duelo por la muerte de un ser querido afecta a la totalidad de la persona y superarlo no es sencillo. Incluso en ocasiones hay quienes, por distintos motivos, se quedan estancados en ese dolor. Si las consecuencias de la pérdida de un ser querido son tales ¿cómo será cuando se pierde todo?, o mejor, ¿será posible perder absolutamente todo?
Finalizando nuestra charla sobre eventos trágicos llegamos a la conclusión que siempre hay quien pasa por peores experiencias, entonces se me vino a la mente la historia de Job, un buen hombre que de un estado de bonanza económica y emocional pasó a perderlo todo, no quedándole ni la salud completa.
Sus problemas comenzaron con la maldad de Satanás, quien le quitó familia, relaciones, posesiones materiales, honor y dignidad ante los hombres, posición social y la salud, lo único que no pudo robarle fue la vida por orden estricta de Dios. Job sin saberlo lo perdió todo para el Señor, pero su pérdida fue permitida pero no fue causada por Dios.
De pronto y sin previo anuncio se inició el sufrimiento de Job. No tuvo tiempo de digerir la primera mala noticia, que ya le llegó la segunda y así sucesivamente hasta llegar prontamente a un estado de máxima desolación, sentado en medio de ceniza lleno de sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza.
Su sufrimiento era tal, que deseó no haber nacido. Su clamor desesperado fue: por qué dar luz a los desdichados y vida a los amargados, si ellos solo desean la muerte con más fervor que a tesoro escondido, pero no llega (Job 3:20-21).
Job vivía bajo el temor de Dios y tenía a su Señor para aferrarse de Él, pero parecía que lo había abandonado. A pesar de tan cruenta probabilidad, Job no dudó en reprender a su despectiva esposa diciéndole: —Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos recibir también lo malo? (Job 2:10).
A pesar de lo sucedido, Job no pecó ni siquiera de palabra. Cuán grande ejemplo de entereza demostrado por este hombre de Dios, de ahí viene el dicho “la paciencia de Job”, una exhortación para los creyentes que pasan por dificultades y creen que nadie los acompaña.
Es preciso comprender que los tiempos y respuestas de Dios nada tienen que ver con nuestra percepción humana ni nuestro nivel de sufrimiento. Él quiere a sus hijos con un corazón humilde y abierto a su verdad y justicia a través de un cambio de actitud, y no es hasta entonces que actúa.
Job no dejó de confiar en Dios, sin embargo pasó un tiempo considerable hasta que Él se manifestara. Su estado miserable no era causa de su pecado como algunos pueden pensar. Job estaba siendo presa de circunstancias externas a él. El sufrimiento del hombre es consecuencia de sus propios actos, pero también existen causas del mundo exterior que le afectan en gran manera, como fue en este extraordinario caso.
A Job le llegó la restauración cuando se inclinó ante Dios, confesando su ignorancia, reconociendo la agilidad de su lengua para pronunciar lo que no entendía y reconocerse como el principal de los pecadores, mostrando un genuino arrepentimiento. Job fue perdonado por la misericordia de Dios cuando oró por sus amigos con amoroso perdón.
A Job le fue restaurado el doble a nivel espiritual y material. La restauración del creyente puede o no ser igual a la de Job, pero sucederá. Dios no sólo restaurará lo perdido en injusticia, sino que dará más de lo que la imaginación del convertido puede abarcar, ya sea en esta vida o en la venidera.
Nuestra forma de pensar debe estar sustentada en el conocimiento de que Dios es soberano Creador de todas las cosas y sustentador de su creación: el mundo espiritual y físico. Conocemos la naturaleza revelada de Dios que está sostenida en sus perfectas sabiduría, verdad y justicia. A pesar de no poder comprender la forma íntima en que Dios está vinculado a la vida del creyente, también sabemos que esa es otra indiscutible verdad. En consecuencia, confiar plenamente en Dios en tiempos de dolor, confusión y soledad, tiene victoria y elimina la duda, uno de los más grandes estorbos de Satanás en la vida de los hijos de Dios.
La sabiduría que viene de Dios le permite al creyente discernir lo verdadero de lo falso (del mundo) y también aprender a conocerse mejor a sí mismo. De igual manera, el convertido conoce que puede acercarse a Dios con el corazón humilde y sincero, sabiendo que Él no es el culpable de sus sufrimientos. Aquel bendecido con sabiduría sabe que el amor de Dios prevalecerá siempre sobre toda adversidad y que la gracia es un regalo inmerecido de Dios, que no se puede ganar.
Les deseo un día muy bendecido.