El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?” Malaquías 1:6 RVR1960
Queridos amigos, al igual que en los tiempos de Malaquías la adoración a Dios se ha convertido en un negocio atractivo para muchos y la pregunta que le hacen a Dios sigue siendo la misma: ¿En qué te fallamos, en qué te menospreciamos?
Recordemos que muchos le dirán a Jesucristo: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y Él les responderá: Nunca los conocí, apártense de mí, hacedores de maldad (Mateo 7:22-23).
Los sacerdotes del templo fueron reprendidos enérgicamente por haber entrado en una decadencia espiritual. Realizaban un trabajo completamente alejado de la adoración sincera y honesta para beneficiarse económicamente.
Las pruebas eran tan claras y evidentes como para que pudieran ser acusados por Malaquías sin dar lugar al menor reclamo. Estaban ofreciendo animales con defectos, incluso muertos, contraviniendo la orden expresa de Dios de ofrendarle lo mejor. Hacer lo inadecuado (pecado) ante Dios es motivo de su juicio y castigo.
Estos sacerdotes cumplían por cumplir, buscando satisfacer su angurria entregando a Dios lo menos posible y lo que menor costo tenía. Demostraban una enorme negligencia como resultado de su necedad, pues solo el necio no se da cuenta de su desobediencia y del agravio que causa, su actitud está dominada por su ensimismamiento en su propia persona, por su codicia, por su orgullo.
El incumplimiento a los mandatos de Dios demostraba un abierto rechazo y profundo menosprecio hacia el Creador. Conocían las normas, pero como no veían consecuencias a su mal proceder continuaban ignorando y aprovechándose de la paciencia y de las misericordias del Todopoderoso.
Quienes deberían haber sido los guías de su pueblo demostraban ser ciegos espirituales, cuya ceguera les imposibilitaba poder guiar a alguien, y de todos modos se preciaban de ser grandes guías.
A pesar de ser conocidos como hombres de Dios su horizonte era del mundo y veían con ojos del mundo, pues no tenían ojos para ver las cosas desde la perspectiva de Dios. El cumplimiento obligado de las demandas de Dios, porque la tradición así lo exige, conduce al legalismo y al ritualismo, ambos alejados del verdadero amor del Señor, cosas muy comunes ahora y en ese entonces.
Al igual que en estos tiempos, antes de la venida del Señor Jesucristo las demandas divinas estaban casadas con la fidelidad de los seguidores de Dios. La exigencia, por ejemplo, era que se sacrificasen animales, los mejores, para remisión de pecados. Esas eran las ordenes de Dios y el hombre de corazón fiel las cumplía, pero aquellas almas sin Dios hacían como si estuviesen dispuestas a cumplir.
Ahora sabemos que ningún pecado puede ser perdonado a través de un sacrificio en el altar de los holocaustos, solo la sangre derramada de Jesucristo es la que puede obrar para perdón de pecados y salvación, sin embargo, eso no determina el nivel de obediencia que un amante de Dios debe tener, ni ahora ni en el pasado.
El apóstol Pablo nos exhorta en el libro de Romanos 12:1 a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, es decir entregarnos por completo. Sabiendo que Él nos amó primero (1 Juan 4:19), que nos bendice con misericordia y gracia debemos ofrecerle lo mejor de nosotros.
No emulemos el pecado de los falsos adoradores dándole a Dios lo que nos sobra. Dediquémosle al Padre nuestro tiempo, nuestras energías, nuestros bienes y nuestra vida entera.
Él es el Padre, Él es el Señor ante quien debemos postrarnos en humilde sumisión. Es un Dios digno de toda honra y también digno de la más profunda reverencia. Cada pecado es un acto de desprecio a la santidad de Dios, vivir en descuido de la verdad, ser negligente con la justicia hace que el pecador se haga merecedor de juicio y castigo.
Adoremos a Dios orando por entendimiento para no equivocarnos ofreciendo el animal enfermo. Pero eso no es suficiente, pues debemos hacerlo sabiendo que todo lo que nos es demandado por parte de Dios, es bueno, santo y perfecto.
Finalmente pensemos en lo que el mismo Malaquías nos hace saber: “Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica a Jehová lo dañado. Porque yo soy Gran Rey, dice Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones.” Malaquías 1:14
Que el temor a Dios sea la tónica de nuestras vidas.
Les deseo un día muy bendecido.