Entrégalos al endurecimiento de corazón; tu maldición caiga sobre ellos. Lamentaciones 3:65 RVR1960
Queridos amigos, el libro de las lamentaciones se basa en el sufrimiento del pueblo a manos de enemigos, por lo tanto, esta podría ser una estrofa de las “canciones de sarcasmo” que la gente entonaba contra sus enemigos. La venganza a los terribles agravios y ultrajes recibidos era su objetivo, porque Dios había prometido reivindicar a su pueblo.
Babilonia había atacado. Los israelitas tenían suficientes motivos para querer vengarse. El salmista lo expresó así: “Oh Babilonia, serás destruida; feliz será el que te haga pagar por lo que nos has hecho. ¡Feliz será el que tome a tus bebés y los estrelle contra las rocas!” (Salmos 137:8-9).
El escritor de este pasaje no quiere que el enemigo se arrepienta, por ello pide que Dios les de dureza de corazón, a fin de que terminen sufriendo el juicio de Dios. Se podría decir que se trata de un deseo poco cristiano, porque los creyentes verdaderos deseamos que todos se salven, sin importar cuánto mal hayan hecho.
Aunque el deseo suene políticamente incorrecto, no es injusto clamar por justicia, y si la justicia es la pena de muerte, que así sea. El asesino, el juez corrupto y el ladrón deben pagar por sus delitos después de un justo juicio. Nadie se enoja si el demostrado violador es encarcelado, pues muchos creen que la cárcel es lo menos que debería recibir.
Todos buscamos justicia ante hechos injustos, y cuando no la hallamos, solemos quejarnos. Es tema común la impunidad de los políticos o la corrupción de los policías, porque hacen mal a sus anchas y no reciben justo y merecido castigo. Muchos podrían clamar a Dios: “elimínalos Señor, sin ellos estaríamos mucho mejor”.
La causa raíz del sufrimiento, del hecho de que existan vencidos tiranizados y vencedores tiranos, explotación de todo tipo al prójimo, injusticias a diestra y siniestra y así sucesivamente, es el pecado morando en el corazón del hombre, gracias a su condición caída.
La solución al gravísimo problema del pecado es la cruz de Cristo. Él se entregó voluntariamente para morir y pagar de esa manera por los pecados de la humanidad. La Biblia enseña que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23), y Dios, fiel a su Palabra, entregó a su Hijo sin pecado para que se haga maldición a fin de salvar a muchos.
Por lo tanto, incluso aquellos a quienes se les desea el juicio, la muerte y la condenación, pueden ser salvos mediante Jesucristo, que no pone en tela de juicio el nivel de maldad del pecador que se le acerca.
En mi experiencia personal y en la de muchos hermanos cercanos ninguno habría optado por acercarse arrepentido al Señor, por lo menos no con la intención de generar un cambio radical en su vida, entregándosela a Él como dice la Palabra: ya no vivo yo, más Cristo vive en mi (Gálatas 2:20).
Por su pecado nadie está genuinamente dispuesto a “abrir la puerta de su corazón para que Jesús ingrese y REINE”. Al estar todos muertos en delitos y pecados (Efesios 2:5) no podemos promover una conexión con Dios, el pecado genera tal distancia que es humanamente imposible acercarse a Su Santidad. Por ello, es Dios quien se acerca y no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia (Romanos 9:16).
Cuando Él decide acercarse, su Espíritu obra regeneración sobre el espíritu del hombre, y es así que recién, con un espíritu nacido de nuevo, se habilita la conexión con Dios. Después regala la fe para poder creer en su Hijo Jesucristo como Señor y salvador para que su muerte de cruz se haga efectiva sobre la vida del pecador.
Pero sin arrepentimiento no hay salvación. El Espíritu da convencimiento de pecado para que el pecador discierna cuán pecador es, entonces viene el arrepentimiento genuino, que implica un cambio radical en el estilo de vida y en la forma de pensar.
El hombre natural en su condición de pecador no ama a Dios, y el que no amaré al Señor, sea anatema (1 Corintios 16:22). Al hombre natural no le interesa verdaderamente caminar con Dios, pues prefiere disfrutar su pecado, es por eso que el salmista escribió: Amó la maldición, y ésta le sobrevino; y no quiso la bendición, y ella se alejó de él (Salmos 109:17).
Bendito y alabado sea Dios, que tiene misericordia de quienes lo rechazan.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.