Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto. 1 Samuel 12:23 RVR1960
Queridos amigos, el dicho “cada pueblo tiene el gobernante que se merece” es verdadero cuando tomamos en cuenta el contenido de los corazones de quienes eligen o votan.
Nos encontramos ante una historia de los tiempos antiguos que parece actual. El pueblo israelita, emulando a los pueblos paganos, añoraba tener un rey desplazando el hecho de que Dios era su verdadero Rey. Su visión obtusa, gracias a su condición de pecadores, los conducía a creer, que con un rey estarían mejor, que con un juez designado por Dios, como lo era Samuel.
Samuel le advirtió al pueblo sobre las consecuencias de tener un rey, pues debían comenzar por rendirle pleitesía y trabajar duro, sometiéndose para cumplir con las necesidades de una monarquía.
Finalmente ante las presiones ejercidas a Samuel no le quedó más que aceptar la voluntad de la nación. En realidad Dios fue quien aceptó y le concedió al pueblo la posibilidad de contar con un rey. Lo que no cambió fueron sus mandamientos y exigencias para la vida de cada uno de los israelitas, aunque ellos muy probablemente hubieran preferido someterse sólo a su rey terrenal.
No importa quién esté a la cabeza del gobierno, sea un rey, un dictador o un presidente demócrata, Dios no deja de ser el verdadero Rey y todos han de estar sujetos a su ley y sus designios soberanos, aunque el hombre natural no quiera reconocerlo.
Los delincuentes de todos los pueblos podrán seguir haciendo sus fechorías mientras sean humanos los que gobiernen, pero ninguno se salvará del justo juicio de Dios, lo mismo sucederá para cualquier pecador común y corriente.
Samuel no estaba de acuerdo con la necia decisión del pueblo israelita. El tremendo desaire personal para con Samuel, él había ejercido como juez con justicia y verdad, no era nada comparado con el enorme desprecio que estaban demostrando para con Dios.
Observamos que Samuel, con justa razón, podía haberlos abandonado, pero su amor por Dios lo condujo a decirles que no dejaría de orar por ellos y que se mantendría firme en su propósito de instruirles en el camino bueno y recto.
De las varias responsabilidades que tiene el pueblo de Dios, dos salen a colación en este pasaje: Primero, orar constantemente por otros, orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos (Efesios 6:18). Segundo, enseñar a otros el camino correcto hacia Dios, dicho en las palabras del apóstol Pablo: “lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2:2).
Una vez más observamos la paciencia de Dios, que no destruyó al pueblo por su pecado y “sólo” mandó una tormenta (anunciada por Samuel) en una época del año en que no llovía. El hecho los angustió muchísimo, pues se dieron cuenta tarde de su pecado. Es que muchos deben ser sacudidos para percatarse de lo malo que hacen.
Su reacción fue pedirle a Samuel que orará por ellos. De pronto vieron su necesidad de aquel a quien no hacía mucho habían tratado con arrogante atrevimiento. Llegará el día en que todos los insolentes clamarán para que alguien interceda por ellos a fin de no sufrir la ira de Dios.
Del ejemplo de Samuel podemos concluir que pecamos si dejamos de orar por motivos egoístas. Es más, nunca hay que dejar de orar, especialmente por la iglesia, además de estar siempre prestos para el servicio a Dios, recordando la gracia y misericordia ejercida sobre sus hijos gracias a la obra del Señor Jesucristo.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.