De modo que me acercaré a ustedes para juicio. Estaré presto a testificar contra los hechiceros, los adúlteros y los perjuros, contra los que explotan a sus asalariados; contra los que oprimen a las viudas y a los huérfanos, y niegan el derecho del extranjero, sin mostrarme ningún temor —dice el Señor Todopoderoso—. Malaquías 3:5 NVI
Queridos amigos, vivimos en un mundo donde la injusticia se propaga raudamente. Quienes la promueven en detrimento de los que la sufren un día serán alcanzados por la justicia divina y recibirán su merecido castigo.
Al parecer la injusticia del hombre está cubriendo cada vez más a la justicia de Dios. El hombre natural quiere amoldarse al esquema de valores que más le conviene, sin siquiera detenerse a pensar por un momento, si está bien o mal. Y lo peor es que espera que el buen Dios le brinde su aprobación y se amolde a sus torcidas ideologías y doctrinas.
Por ignorancia o por cinismo el común de la gente suele preguntar ¿cómo un Dios justo puede permitir lo que está pasando?, ¿dónde está el Dios de la justicia? Se duda de la presencia de Dios, de su poder y de su justicia. Al florecer el mal y la injusticia como en la mejor tierra, se pone en duda el accionar de Dios, como si Él tuviera que satisfacer las necesidades generadas a través del pecado.
Es fácil reconocer a los dioses de quienes son considerados paganos, pero es difícil distinguir la idolatría en el propio corazón, cuando se está convencido de que lo que se hace está bien. El político lucha por defender el bastión conquistado y no le importa manipular la justicia a su favor. El empresario desea crecer y hacerse rico y obra con injusticia ante sus empleados y competidores. El marido se antoja de la mujer de su prójimo y rompe su compromiso matrimonial con injusticia. El aprovechador abusa del más débil valiéndose de la injusticia.
Cuando las prácticas de injusticia, tales como el fraude, el abuso de poder, la manipulación, la mentira y el engaño, son vistas como algo normal, es porque se está adorando al dios de la injusticia, un claro caso de idolatría. Y suelen afirmar con total desparpajo: “Mi dios me ayudará, él es bueno”.
Observemos cómo está el mundo y nos daremos cuenta del cúmulo de pecado existente. Se generan guerras para vender armas, se habla de paz sin querer ninguna paz, porque no conviene. Los gobiernos hacen creer a la gente que existe intención de controlar las drogas, del lavado de los narcobilletes, pero los bancos más prestigiosos a quienes defienden, guardan cantidades ingentes de dinero ilícito. Donde no existe temor de Dios tampoco se puede esperar algo bueno.
El mundo está encaminado a ser destruido, en algún momento llegará su terrible fin. Pero el mundo no será enjuiciado y condenado, sino las personas. El Rey de reyes vendrá y será anunciado con sonido de trompeta para que todos lo sepan y lo vean, pero mientras no haya retornado en su segunda venida podemos recibirlo en nuestro corazón.
Ninguno de los pecadores puede soportar la doctrina de Cristo, por tanto, no la aceptará. Solo el poder de Dios puede separar lo precioso de lo vil, sólo Él es capaz de separar lo malo de lo bueno, regenerando el espíritu y limpiando el alma de corrupciones.
Oremos suplicando para que el Señor se de prisa en hacer su obra en nuestros corazones, para que podamos ser hechos justos y empecemos a vivir en justicia. No cambiaremos el mundo, pero seremos un granito de arena para que otros puedan cambiar a favor de Jesucristo.
Recordemos que Dios es enemigo del pecado y que el pecador será condenado. El mal persigue a los pecadores y con total seguridad terminarán mal. Dios no cambiará de opinión en cuanto a los pecadores, pues uno de sus atributos es la inmutabilidad.
No creamos que porque abrimos los ojos cada mañana y porque podemos hacer cada día lo que creamos conveniente, su sentencia no llegará. Pero gracias a un Dios que no cambia, podemos gozar de sus misericordias sin ser consumidos (todavía).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.