Los que confían en sus bienes, Y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, Ni dar a Dios su rescate (Porque la redención de su vida es de gran precio, Y no se logrará jamás), Para que viva en adelante para siempre, Y nunca vea corrupción. Salmos 49:6-9 RVR1960
Queridos amigos, cuando todavía no conocía a Dios me consolaba con el tonto pensamiento de creer que tal o cual persona adinerada cercana podría ayudarme en caso de necesidad, y eso, aunque no lo crean, me daba una sensación de tranquilidad.
No eran más que los pensamientos de un iluso, pues ahora entiendo que los más ricos en general son los que menos dan, por lo menos en proporción a su riqueza. Lo que no tenía en cuenta, era que los mismos ricos temen el futuro, por eso su afán de seguir acumulando riquezas, incluso en desmedro de otros.
Por supuesto que no se puede generalizar, pues no todos los ricos son mundanos, también existen aquellos que tienen el amor de Jesucristo en el corazón y dan con liberalidad. Son obedientes a la Palabra y viven agradecidos con Dios, y saben que sus bienes no son suyos, motivo por el cual administran sus riquezas para hacer el bien. Pero también saben que ya nada tienen de que temer, gracias a la misericordia y gracia de Dios.
Me gusta recordar la parábola del hombre rico que amplió sus edificaciones para acumular más, pero de nada le sirvió porque murió al poco tiempo (Lucas 12:16-21). El pobre hombre estaba confiando en sus posesiones y buscaba mayor seguridad con sus nuevos proyectos, pero de nada le sirvieron, porque no se había fijado que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee (Lucas 12:15).
No existe riqueza tan grande que pueda evitar la muerte, o dicho de otra manera, no hay forma de que el hombre pueda comprar la vida (eterna). Penosamente el hombre natural solo tiene pensamientos fugaces de las cosas de Dios y se la pasa divagando en su vida física, sin percatarse que la vida espiritual es aquella relevante y eterna. Solo Dios puede redimir la vida de la muerte (espiritual), y para eso envió a su Hijo a morir en la cruz.
La redención para vida eterna tiene un costo inconmensurable, ni todas las riquezas y gloria de este mundo pueden cubrir su valor. La buena noticia es que dicho costo ya fue pagado por el Señor Jesucristo en la cruz del calvario por una sola vez y para siempre, es decir que la redención del alma una vez realizada por Dios no debe ser repetida nunca más.
Ante una oferta tan maravillosa para los pecadores del mundo es inentendible la necedad del hombre natural de desear vender su alma por riquezas y gloria terrenales, que nunca pagarán el precio de su vida o de su alma.
Cuando la muerte llega nada pregunta, solo obra, pues no viene a buscar la fama ni las riquezas, porque no le interesan ni le sirven; eso lo saben todos, sin embargo, desde la época posterior a la caída la búsqueda de enriquecimiento y de renombre son tónicas del carácter necio en muchísimos de los pecadores.
Las riquezas y gloria de este mundo no se pueden comparar con la presencia de Jesucristo en un corazón arrepentido y convertido. Pues el orgullo nada tiene que ver con lo humilde y lo impío con lo santo. La mayor riqueza es tener a Dios en el cielo y no desear nada más en la tierra que a Él (Salmos 73:25).
Contar con las riquezas y comodidades para ser feliz es como el espejismo en el desierto para calmar la sed. Nunca se podrá acumular tanto como para ser feliz y evitar la muerte.
Les deseo un día muy bendecido.