El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. Juan 7:17 RVR1960
Queridos amigos, ¿cómo llega una persona a desear hacer la voluntad de Dios? O expresado en negativo: ¿Por qué la gente no quiere hacer la voluntad de Dios, si en su fuero interno sabe que es lo correcto?
Para anhelar cumplir la voluntad de Dios es necesaria la intervención de Dios. Sin el poder regenerador del Espíritu Santo, que es la presencia de Dios en esta tierra, el hombre natural rechazará hacer la voluntad de Dios, quizás no lo haga de manera enérgica y radical, y hasta cumpla parcialmente, pero su motivación será sustentada en su propia fuerza. El hecho de hacer la voluntad de Dios por motivos morales y de consciencia, no es suficiente.
El hombre espiritual, en contraposición al hombre natural, es aquel nacido de nuevo, porque fue regenerado espiritualmente gracias al poder del Espíritu Santo. La motivación del nuevo hombre se sustenta en el poder y amor de Dios, condiciones que conducen al convertido a anhelar estar con Él y obedecerle haciendo su voluntad.
El hombre regenerado tiene la voluntad en amor de hacer la voluntad de Dios. Dicha actitud o conducta es parte del camino de santidad, que el hombre espiritual anhela recorrer por la fe presente en su corazón. Es la búsqueda de la santidad la que impulsa a querer hacer la voluntad de Dios, no es motivada de ninguna manera por una mera creencia intelectual.
Existen muchos que aseveran ser nacidos de nuevo, porque otros se lo dijeron. Cuando un pastor o maestro respalda sus enseñanzas con citas de otros maestros (conocidos) y apela a su autoridad, es evidencia de que algo está mal. Lo correcto es sustentarse sólo y únicamente en la Palabra escrita. Ya lo dijo el profeta Jeremías: maldito el hombre que confía en el hombre (Jeremías 17:5).
Jesús sólo citaba el Antiguo Testamento y enseñaba que su autoridad no se sustentaba en conocimiento humano, sino en Dios mismo, aquel maravilloso Maestro en el cielo. Cuando las doctrinas se sustentan en la Verdad, se autentican a sí mismas, eso lo saben todos los creyentes, que leen y escudriñan las Escrituras.
Es probable que por ignorancia muchos pensasen que Jesús estaba enseñando sus propias doctrinas, pues lo veían como a un hombre más, aunque se distinguiera radicalmente del resto. Era evidente que no había estudiado en ninguna escuela rabínica, por lo cual especialmente los escribas y fariseos lo consideraban un iletrado, sin autoridad para hablar sobre las Sagradas Escrituras, no escuchaban ensordecidos por sus prejuicios. Para no caer en una trampa parecida es imprescindible oír con atención, previo conocimiento de la Biblia para poder aquilatar lo que otros hablan.
Cualquiera que desea hacer la voluntad de Dios sabe diferenciar entre verdaderas y falsas doctrinas. Cualquier doctrina que no busque la honra de Dios es falsa. Por eso Jesús afirmaba que su maestro era Dios mismo, se presentaba como un discípulo del Padre celestial. Explicaba: porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, Él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar (Juan 12:49).
Solo aquellos que hacen la voluntad de Dios, pueden comprender de verdad las enseñanzas de Cristo. El aprendizaje teórico es bueno, pero el práctico, el de hacer las cosas, es el mejor. Si no se conduce un auto en la práctica, será imposible decir que se sabe conducir, aunque se domine la teoría. Es preciso aprender haciendo.
El creyente debe poner en obra las enseñanzas bíblicas. Pongamos en práctica la voluntad de Dios, sin importar si la conocemos superficialmente o en profundidad. Solo de esa manera llegaremos a fortalecernos en la práctica y se nos seguirá abriendo el entendimiento.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.