Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Romanos 5:10 RVR1960
Queridos amigos, sólo los nacidos de nuevo saben con conocimiento de causa sobre su condición de pecadores enemistados con Dios.
El resto suele aceptar algunos pecados, pero de ninguna manera reconoce su condición de enemigo de Dios. Muchos incluso se animan a manifestar una fe inquebrantable, como vi circular por el Facebook, sin ser conocedores de la Palabra y menos haber nacido de nuevo.
El impío común y corriente no discierne su condición de enemistad con Dios, y además se anima a aseverar que no es enemigo de Dios, no lo hace de manera hipócrita sino por ignorancia. No es consciente de su apremiante necesidad de reconciliación con Dios.
La humanidad entera está enemistada con Dios; no hay uno solo justo, ni uno solo hace lo bueno en los términos de Dios, no hay temor de Dios (Romanos 3:10-18). Si no fuera por la misericordia de Dios, todos estaríamos destinados a perdición.
Cristo no murió por gente buena, sino por pecadores injustos. Él vino a sanar enfermos, porque los sanos no tienen necesidad de médico; no llegó para llamar a justos, sino a los pecadores (Marcos 2:17).
Con Cristo es posible cambiar de una condición perdida a la de salvación. Aunque el pecado nos lleva a la muerte, el sacrificio de cruz de Jesús nos lleva a vida. Dios por amor a sí mismo determinó soberanamente librar del pecado y obrar un cambio radical en la vida de algunos.
Mientras el pecado esté presente en el mundo, es decir hasta el día del juicio final, la condición de aborrecimiento mutuo entre Dios y el pecador no cambiará (Zacarías 11:8). Por tal motivo, el amor demostrado por Dios, entregando a su único Hijo para sacrificio, es un gran misterio.
Dios antes de la llegada de su Hijo ya había amado y también había aborrecido (Malaquías 1:2-3). El amor especial de Dios es por sus elegidos, y ese amor qué motivo a Jesús a morir crucificado, es el mismo amor que obró para que el Espíritu Santo fuese enviado como el consolador y para morar en el corazón de cada convertido y guiarlo permanentemente.
La obra perfecta de nuestro Señor y salvador Jesucristo ya fue consumada, por una sola vez y para siempre, y lo maravilloso es que fue realizada a favor de personas que no merecen nada de nada, y que además nada pueden hacer para ganarse el amor de Jesucristo y menos están en condiciones de reconciliarse con Dios en su propia fuerza.
El ministerio de reconciliación con Dios convierte la enemistad con Él en amistad. Aquellos que en otro tiempo eran extraños y enemigos de Dios en sus mentes, haciendo malas obras, pueden ser reconciliados (Colosenses 1:20-21).
El redimido es convertido en hijo de Dios y puede darse el lujo de llamarse amigo de Dios. La amistad con Dios es para disfrutar de su plenitud y su gracia (Juan 1:16), sin dejar de lado el temor de Dios ni un segundo de la vida.
Las almas redimidas deben alabar, exaltar y adorar a Dios, más allá de amarlo con todas las fuerzas, el alma, el corazón y la mente, es decir vivir en constante obediencia a Su Palabra.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.