Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Efesios 4:31 RVR1960
Queridos amigos, estrenar ropa nueva para algunos es una rutina, para otros es algo emocionante, pues están dejando de usar prendas desgastadas, para lucir las nuevas.
Una ilustración simpática para comprender el cambio que debe haber en la vida de un creyente. El nacido de nuevo debe despojarse de su vida vieja con la misma celeridad y alegría como si se estuviera quitando de encima su ropa vieja, manchada, desgastada y hasta mal oliente.
Suele ser común que el hombre natural reaccione con cierto recelo cuando se halla ante la presencia de una persona mal y pobremente vestida. Sin conocerla puede llegar a realizar un juicio de valor negativo, existiendo la posibilidad que la persona sea de un carácter extraordinario.
De la misma manera existen ciertas actitudes, que en realidad son pasiones bajas, que cubren al creyente para mostrarlo como una persona de carácter débil, que sirven de justificación especialmente al impío para juzgarlo. El apóstol Pablo ordena a sus hermanos que destierren de sus vidas todo aquello que pueda desfigurar su carácter.
Quitar la amargura de la vida no solo implica ponerle dulzura sino también erradicar los resentimientos, malos entendidos y disgustos. La amargura es un sentimiento duradero de tristeza y resentimiento por haberse sufrido una desilusión o una injusticia.
La amargura suele ir de la mano con la falta de perdón. Pensemos en lo amargado que debería estar Dios porque sus hijos, no solo sus criaturas, vivimos desilusionándole y actuando en constante injusticia contra Él. No obstante tal agresión Él tiene misericordia de nosotros. Si actuásemos con misericordia también podríamos perdonar con mayor facilidad y mostrarnos más dulces.
El diario vivir está plagado de situaciones que nos pueden llevar al enojo. En el mundo muchos viven enojados con el sistema, con la política, con el gobierno, con el tráfico, con su trabajo, consigo mismos, etc. El enojo es una molestia causada normalmente por elementos externos. El enfado se presenta cuando existe una situación que rompe el equilibrio en la persona, las causas son muchas, entre ellas se encuentran la falta de respeto u obediencia, la omisión de una obligación o cuando se descubre una mentira o se recibe un insulto.
El enojo se trata de un disgusto de orden intempestivo, que no necesariamente se manifiesta visiblemente en las personas. Él creyente debe evitar el enojo, sustentándose en la misericordia y en el domino propio como fruto del Espíritu.
Más allá del enojo se encuentra la ira, que es un sentimiento de enfado muy grande y violento. Las reacciones coléricas son altamente destructivas, porque la furia no permite pensar con claridad, porque ofusca el entendimiento. La capacidad de razonar se ve dramáticamente mermada y se hace muy difícil que alguien iracundo se dé cuenta con claridad de las cosas. El iracundo suele despotricar, hablando sin consideración, gritando improperios, regando insultos y diciendo barbaridades.
Guárdese mucho el creyente de no caer en ira, pues no solo peca de enojo desmedido sino que conduce a una cantidad de pecados adyacentes que con seguridad desagradan sobremanera a Dios.
Hay culturas gritonas y orientadas a hablar de manera vulgar. Bueno sería que bajen el tono para evitar la contaminación acústica y la confusión. Existe el dicho que quien grita más fuerte se hace oír mejor. Se trata de personas que desean imponer sus argumentos a cómo dé lugar mediante la agresión auditiva, muchas de ellas argumentan “si no grito no me oyen”.
Por supuesto que por gritar más fuerte no se tiene la razón. Elevar la voz de manera innecesaria para que el propio punto de vista pueda ser tomado en cuenta, denota una destemplanza fuerte de carácter. El creyente no debe valerse de esta forma de “comunicación”.
La maledicencia es la acción de murmurar contra alguna persona, usando la calumnia y la difamación. Se busca generar un daño hablando mal. En tanto que la malicia es la cualidad de actuar de manera encubierta ocultando las verdaderas intenciones que no son propicias para el prójimo, es una actitud que causa mucho mal y que conlleva gozo en el que la lleva a cabo.
Los comportamientos descritos demuestran una disposición egoísta del alma y no pueden ser parte de la nueva vida del creyente, por lo tanto deben ser erradicados de su comportamiento para mostrar un carácter renovado.
Recordemos que el texto del versículo es un mandato del apóstol para los hijos de Dios y no solo una sugerencia. El creyente debe recordar las palabras de Pablo y debe ponerlas en acción a fin de desarrollarse en espíritu para avanzar más fluidamente por el camino de santidad.
Que la misericordia del Señor nos acompañe cada día de nuestras vidas.