¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. Salmos 119:97 RVR1960
Queridos amigos, cuando un convertido manifiesta su amor para con Dios, el cual se refleja en acciones y pensamientos santos, los impíos, enemigos naturales de las personas piadosas y de los pensamientos santos, suelen reaccionar con sorna, escarnio o desprecio.
Esta es una reacción natural en quienes están bajo el yugo de esclavitud del pecado. Los esclavos del pecado se someten voluntariamente al pecado y no tienen ojos para ver las maravillas de la Ley y de la Palabra de Dios.
En el mundo no es común decir: “Oh cuánto amo la ley de los hombres”, especialmente a sabiendas de que muchas leyes se diseñan para favorecer a algunos y “perjudicar” a otros, y que, a pesar de ello, cumplen con los procedimientos legalmente establecidos y pueden ser promulgadas como si fueran buenas.
Las leyes del hombre no suelen ser perfectas como las Leyes de Dios, solo aquellas leyes del hombre que se basan en las Leyes de Dios se acercan a la perfección, porque no dejan de estar contaminadas por la intervención humana.
Cuando el hombre regenerado espiritualmente comprende un poco de la profundidad, anchura y altura de la sabiduría de la Palabra de Dios y llega a saber del valor de cumplir los mandamientos, empieza a amar la Ley de Dios.
Los mandamientos se convierten en dulces y deleitosos para los nacidos de nuevo. La dulce Palabra nutre a la mente y sumada al amor por ella, se obtiene el deseo de meditar en ella. La Palabra imparte sabiduría cuando es absorbida de esa manera, una sabiduría mayor a la sabiduría humana.
La Palabra dulce le da verdadero sentido a la vida, el cual es vivir para la gloria de Dios. Enseña lo bueno a seguir y lo malo por evitar. Es la voz del Señor para quienes la pueden escuchar, una voz dulce y deliciosa, que invita a seguirla con deleite y con gozo.
La voz del Señor invita a seguir su Ley con una mente renovada para santidad, con inteligencia y con discernimiento de la verdad. La meditación constante se convierte en camino de obediencia, porque la Palabra tiene poder para cambiar nuestras vidas.
Este versículo presenta una reflexión de belleza incalculable, pues para profundizar la relación con Dios, tenemos el mejor instrumento en la meditación de su Palabra y en la obediencia a sus preceptos. Los creyentes somos llamados a reflexionar sobre la Palabra y a determinar cómo aplicarla a nuestro diario vivir, con el único propósito de ser obedientes para la gloria de Dios.
Los redimidos pueden elevar su potente clamor al cielo, porque conocen a Jesucristo y con mayor razón pueden amar a Dios después de haber sido bendecidos con la gracia. Y amar a Dios implica amar todas sus cosas.
“¡Oh, cuánto amo yo tu Ley!” es el resultado del conocimiento de su perfecta verdad a través de la meditación de las Escrituras. La meditación de la Palabra conduce a sabiduría, una sabiduría mayor a la de los hombres del mundo. El varón inculto que se sienta a los pies de Cristo resulta ser más sabio que los más cultos y estudiados del mundo.
La verdadera sabiduría no está en la mente de nadie, sino en la aplicación de ese conocimiento inherente a la Palabra después de su meditación. Es ese conocimiento que lleva a caminos de santidad, que cambian radicalmente la vida. El hombre es sabio solo cuando se guía por lo que Dios le enseña.
La meditación de la Palabra da lugar a que entendamos nuestra condición caída y que auscultemos nuestros corazones. Cuando menos gozo tenemos por las cosas del mundo y en la satisfacción de la carne, es porque estamos deleitándonos en la santa Palabra de Dios.
Pensemos que toda sabiduría verdadera viene de la Biblia, inspirada por Dios. Deleitémonos en pensar en lo que realmente amamos, llevando en la mente su maravillosa Palabra.
Les deseo un día muy bendecido.