Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.” Hechos 10:1-2 RVR1960
Queridos amigos, no es frecuente encontrar personas de características similares a las que tenía Cornelio.
Practican la piedad y la caridad, son amables y suelen demostrar afecto por su prójimo, además dedican tiempo a la oración como hombres y mujeres reverentes de Dios.
Pienso que Cornelio vio una buena salida al estilo de vida inmoral del paganismo que seguía cuando conoció la religión judía. Empezó a visitar la sinagoga para participar del culto y conoció la religión de un solo Dios y la ética del judaísmo, para luego convertirse en un devoto estudiante. Pero no era un prosélito ni se había circuncidado ni seguía la Ley como judío, tampoco se había bautizado.
Ante una persona de tal naturaleza podríamos pensar que se trata de un hombre justificado, sin embargo, leyendo la Escritura constatamos que Cornelio no era un convertido verdadero hasta entonces. Recordemos que el cumplimiento de condiciones terrenales, por más buenas que sean, no conduce a la salvación, no es por obras sino por gracia. La fe que tenía era de orden intelectual, es decir generada por él mismo a través de situaciones y hechos que le parecían coherentes y convincentes.
Las evidencias que no prueban pero que tampoco niegan la verdadera fe de una persona son las observadas en Cornelio quien tenía una rectitud visible, poseía conocimiento intelectual porque escudriñaba el Antiguo Testamento y participaba de los actos religiosos, estaba activo en el ministerio de la caridad, se ocupaba de que la gente de su casa fuera piadosa y devota, además tenía la seguridad intelectual de la existencia de Dios.
Como cuenta la parábola del sembrador en Lucas 8:13-14, Cornelio había recibido la semilla con alegría, pero ésta crecería débil por no tener donde echar raíz, pues mientras su fe estuviera centrada solo en Dios, a quien creía conocer, y no en Jesucristo, no se generaría ningún fruto espiritual.
Cuando por la gracia de Dios recibió la visita de Pedro (Hechos 10:3-48) tuvo la maravillosa oportunidad de oír el evangelio y recibir fe salvadora para creer en Jesucristo como su Señor y salvador.
Dios había intervenido de manera milagrosa para que Cornelio y su familia puedan convertirse en seguidores genuinos de Cristo. En esta ocasión el accionar de Dios fue visible, pues un grupo de gentiles había nacido de nuevo por el poder regenerador del Espíritu Santo ante los ojos atónitos de sus nuevos hermanos en Cristo judíos.
Aunque de manera invisible Dios sigue actuando sobre aquellos que decide llamar, dándoles fe salvadora, pues sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan (Hebreos 11:6).
Cornelio tenía una sed enorme por Dios, le buscaba y quiso recibirle. Bendito él porque todos necesitamos recibir al Señor Jesucristo de manera desesperada, pero muchos andan preguntando a la gente si está dispuesta a recibir a Jesús, como si fuera un comerciante esperando a la puerta ansioso de ser recibido para promocionar su producto, y para dar la respuesta, piensan erróneamente tener la decisión soberana sobre si aceptarle o no.
Recibir y creer en el Señor significa realizar una acción activa de aceptar todos sus términos y condiciones con gozo, es rendirse completamente a Él. Y existen muchos de aquellos que no quieren recibirle, especialmente cuando se enteran de sus exigencias, sin saber que el que cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios (Juan 3:18).
También están esos “cristianos” que quieren “creer” tomando ellos la decisión para ser salvos. Una vez decidido a favor de Jesús continúan con su vida habitual de antes, pensando que lograron salvación. Creen que Dios les sigue la corriente y que un día les dirá “todo bien mi buen y fiel siervo”. No hay mentira mayor, pues se trata de una falsa creencia, pues no tienen evidencia de conversión genuina ni gozan de vida eterna, que tampoco pueden perder, porque simplemente no la tienen.
Finalmente, Dios es soberano y actúa soberanamente, no solo sobre personas como Cornelio sino también en tremendos pecadores que quizás algún día lleguen a saber el motivo de su inmerecido llamado.
Les deseo un día muy bendecido.