Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes. 1 Pedro 5:5 RVR1960
Queridos amigos, hagamos una pausa y realicemos una retrospectiva para ver ¿cuántas veces nos hemos humillado de verdad en los últimos tiempos?
Humillarse implica tomar una actitud de humildad ante una situación o una persona, es decir, por ejemplo, no defenderse ante una injusticia doméstica, a pesar de tener la razón.
El humilde no hace ostentación de sus virtudes, en contraposición a la definición más común, en mi criterio equivocada, de que el humilde es inferior o de clase social baja, porque incluso esas personas sufren de soberbia.
Nuestra naturaleza humana y el mundo nos hacen ver la humillación como algo malo, indeseable, como un horrible sometimiento, como una vergüenza denigrante.
Sorprendentemente Dios dice que los humildes serán bienaventurados.
Si alguno todavía está dudando sobre qué posición tomar, mi recomendación es la de ir por la de Dios.
Recordemos que un atributo de Dios es la perfección, por tanto todo lo que piensa, hace y pide es perfecto.
El punto de divergencia es que lo uno se dirige hacia una vida terrenal finita y lo otro hacia una vida celestial infinita.
La maldad del hombre hace que nos decidamos por lo terrenal y rechacemos lo celestial, lo cual es parte inseparable de nuestra naturaleza caída.
La buena nueva (el Evangelio) es que Dios puede obrar sobre nuestro espíritu para llevarlo a vida nueva y que de esa manera tengamos a Jesús como nuestro Señor y salvador y la semilla de la humildad sea sembrada en nuestros corazones.
Recién entonces discerniremos que humillarse es lo mejor, que ser manso lleva a a la bienaventuranza y que no hay mejor situación que esa.
Dejaremos de ser piedra de tropiezo para otros y ya no seremos generadores de contienda. Como consecuencia alejaremos el pecado de nuestras vidas, y eso se llama vivir en el camino de santidad como verdaderos seguidores de Cristo.
Empieza a tomar sentido que Dios dé gracia a los humildes y resista a los soberbios, ¿verdad?
En contraposición el soberbio normalmente responde, cuanto más contundente mejor, por tanto, peca y hace que otros pequen y eso hiere la infinita santidad de Dios, entonces no es de sorprenderse que Dios resista a los soberbios.
Humillarse sin la presencia de Dios en nuestras vidas es muy difícil, oremos para que Dios cambie nuestros corazones y podamos humillarnos en un acto de consciente obediencia a nuestro Señor.
¡Arrepintámonos y convirtámonos!
Mi mayor deseo de hoy es que Dios les permita discernir y aplicar esta enseñanza en sus vidas.