Entonces, si alguien escucha la trompeta, pero no se da por advertido, y llega la espada y lo mata, él mismo será el culpable de su propia muerte. Ezequiel 33:4 NVI
Queridos amigos, cuán triste es la situación de aquellos que se resisten a oír la exhortación de la Palabra, pues prefieren morir escuchando lo que les place, en vez de obtener vida oyendo lo que les incomoda.
Los creyentes tenemos la obligación de difundir la Palabra de Dios, el Evangelio del Señor Jesucristo. El problema para muchos es que las buenas nuevas llegan juntamente con condiciones, que a muchos les repelen por ir en contra de sus pensamientos y deseos.
Muchos prefieren hacer un compás de espera cuando se encuentran ante la “exigencia” de realizar un cambio radical de vida. Cuando se encuentran confrontados con la situación de cargar su cruz y seguir a Cristo, cuando se les dice que es necesario morir a uno mismo para que Cristo viva, como ejemplos de lo que la vida cristiana exige.
Ese es uno de los motivos por los cuales muchos ablandan el Evangelio. Lo hacen más digerible para que no sea tan duro y de esa manera pueden atraer a más seguidores, supuestamente cumpliendo con el mandato evangelístico de Dios. El problema es que un Evangelio light es como querer hacer algodón de azúcar con edulcorante, no se suscitará un arrepentimiento genuino ni existirá el imprescindible cambio de vida, habrá un tenue resultado, quizás un cambio de manera de pensar y de ver las cosas en algunos aspectos.
Estos que disculpan el pecado y complacen a los pecadores con palabras endulzadas, diciéndoles que están con Dios, a pesar de que aún siguen caminando en pecado, tendrán mucho de qué responder.
Si el creyente genuino no hace sonar la trompeta de advertencia, su culpa será indescriptible. Pero si se ocupa de difundir el verdadero Evangelio, no será responsable por aquellos que se niegan a recibir la amorosa advertencia de un anuncio fielmente entregado.
El cristiano debe advertir a todas las almas del peligro de continuar viviendo en pecado, pues si se abstiene, no solo será responsable de su ruina por callar, sino que traerá una terrible retribución sobre sí mismo.
Los creyentes deben despertar en sí mismos el sentido de la responsabilidad por las almas de los hombres y mujeres impíos, para que nadie les pueda encarar: “tu no dijiste nada” o peor, “¿por qué no me dijiste la verdad?”
Dios desea la salvación de todos, el problema es que muchos de los pecadores no desean confesar sus transgresiones ni arrepentirse, pero si así lo hicieran sus pecados les serán perdonados y ninguno de ellos será recordado en su contra.
El hombre natural es muy sabio en los aspectos de su vida terrenal, pero terriblemente necio para afrontar preocupaciones espirituales. Defiende todo lo terrenal que posee con uñas y dientes, descuidando lo que puede ganar en el cielo.
Cuida su casa y sus pertenencias celosamente, ocupa guardianes para que le adviertan de la aproximación del peligro. Pero cuando se le amonesta por su falta de atención a lo más relevante, y se le exhorta, indicándole que está poniendo en riesgo su verdadera felicidad a cambio de desventura eterna, su reacción es de enfado porque se siente ofendido por la advertencia.
No se siente cómodo con quienes desean ser fieles y obedientes, se burla de ellos y los rechaza. Su lema podría ser “antes morir que vivir esclavizado a la religión”.
Él comportamiento del creyente debe ser como el del profeta, su misión es advertir a los pecadores impíos del riesgo de no arrepentirse y convertirse, el peligro está en terminar en una situación de miseria eterna irreversible. Si no le quieren escuchar, es otra cosa, pues se cumplió con el deber de transmitir la verdad. El Evangelio no se predica para que le guste a la gente, sino para que se arrepientan y se conviertan.
Les deseo un día muy bendecido.