Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás. Yo Jehová vuestro Dios. Levítico 23:22 RVR1960
Queridos amigos, en una ocasión en que iba acompañado, pasamos delante de un mendigo y mi acompañante comentó «no le doy nada porque seguro que se lo gasta en alcohol».
Aparenta ser un pensamiento altruista, evitar que alguien se sumerja en más alcohol suena muy positivo. Lamentablemente, me imagino que la intención va más por cómo suenan las palabras, que por el interés genuino de ayudar a las personas. Me arriesgo a que me señalen con el dedo diciéndome que soy un calumniador y difamador por decir tales cosas, gracias a Dios hay quien conoce los corazones y puede juzgar.
Mi intención no es la de juzgar, sino más bien, la de mostrar la maldad inherente en el corazón del hombre, al buscar una salida políticamente correcta sin involucrarse en nada. Paso a darles mi testimonio para ablandar un poco las cosas.
Yo también compartía el mismo criterio hasta que me convertí al cristianismo, ahora me esfuerzo por dar algo a todos los que puedo.
Dios me bendijo con más que suficiente como para dar a todos los que se me acercan. No obstante, ello, en algunas ocasiones me he descubierto resistiéndome a dar más de lo que puedo, atribuyó tal situación a mi naturaleza caída, dígase egoísmo que todavía me domina.
Pienso que hay que dar a todo el que te pide, indiferente en lo que vaya a gastarlo, especialmente si no se tiene certeza si realmente lo gastará en lo que se supone. Está claro que no debemos sustentar nada de lo que representa pecado, como ser el tabaquismo, alcoholismo, drogadicción, entre otros, sin embargo, debemos ser muy compasivos ante la miseria del otro.
En estos días no resulta nada fácil acercarse a un sembradío y sentarse a disfrutar de las bondades de la cosecha sin que se aparezca el dueño reclamando por los derechos de su propiedad.
En los tiempos del Antiguo Testamento era ley que se dejara los campos con algo sin segar o los árboles con algo sin cosechar para que los hambrientos pudieran comer. Sin duda un acto muy noble de misericordia para con los pobres, el cual se convierte en perfecto estando libre de alardes y/o quejas.
Como precioso ejemplo se me viene a la mente la historia de Rut que recogía los restos de la cosecha de trigo que los empleados de Booz dejaban atrás. En un acto de misericordia y bondad Booz le pidió que no vaya a espigar a ningún otro campo y que además se juntara con sus criadas.
El amor por el prójimo es un mandamiento tan importante, que Jesucristo lo pone como el segundo mandamiento más importante después del amor por Dios. Compartir lo poco o mucho que Dios nos da con el prójimo es un acto de amor, de bondad y también de misericordia.
Nos es fácil dar a quienes más queremos, con algo más de esfuerzo, a los que nos son relativamente cercanos, sin embargo, dar al que no conocemos se convierte en algo más complejo.
Me pregunto, si Dios conociendo nuestro corazón entenebrecido decidió ser misericordioso con nosotros, ¿no seremos sensibles a tan maravilloso acto, teniendo misericordia del necesitado?
Dejemos que el pobre espigue en nuestro campo, seamos bondadosos y caritativos. Que el desprendimiento amoroso sea la tónica en nuestro diario vivir, de nada sirve ser el más rico del cementerio.
Que Dios nos bendiga permitiéndonos ser misericordiosos y bondadosos.