Gritarán de júbilo mis labios cuando yo te cante salmos, pues me has salvado la vida. Salmo 71:23 NVI
Queridos amigos, cuánta seguridad la del salmista para afirmar que sus labios cantarán alabanzas, porque sabe con certeza que ha sido salvado de la muerte eterna.
Hay líneas doctrinales que afirman que uno puede perder la salvación, haciendo insuficiente la muerte de Jesucristo y la maravillosa gracia de Dios. Se sustentan en algunos pasajes de la Biblia, que podrían conducir a dicho pensamiento. Pero por donde leo sobre el tema, encuentro muchísimo más sustento a favor de que la salvación no se pierde.
Desconocen el dicho de una vez salvo, siempre salvo, porque consideran que el hombre redimido debe realizar todos sus esfuerzos por mantener su salvación. Porque también creen que el hombre decide ser salvo, tomando una decisión a favor de Jesucristo. El hombre natural por su condición caída nunca se decidiría a favor de Dios, si no fuera el Espíritu Santo obrando su poder para que nazca de nuevo.
Si Dios en mi imperfección y estado altamente pecaminoso se fijó en mí por su sola misericordia, para después darme de su gracia salvadora, ¿cómo será posible que Él espere que me comporte de manera perfecta para no perder mi salvación, si sigo en mi carne, y si no lo hago me retirará su gracia?
La salvación es por gracia y no por obras, y si pierdo la salvación por no comportarme como Dios manda, estoy perdiendo la vida eterna por malas obras, entonces, ¿dónde queda la gracia?
Es evidente que los nacidos de nuevo hemos de ser obedientes a Dios y hemos de vivir en el temor a Él. Pues sabemos que obedecerle es amarle y que el temor de Dios es el principio de la sabiduría. Ningún convertido verdadero querría vivir de otra manera.
Sin embargo, no hemos sido quitados de nuestro estado carnal y hasta el más santo de los convertidos genuinos seguirá pecando hasta el día de su muerte. Todo creyente camina en el camino de santidad y mediante avanza hacia la puerta estrecha, se va desarrollando espiritualmente, es decir, que a través del crecimiento espiritual se puede defender cada vez mejor contra el pecado y pecar menos, pero no está libre de caer, y en ocasiones puede caer muy duro.
Nadie entre los hijos de Dios está libre de pecar ni libre de pecado, pero su mayor anhelo es llegar a no pecar, vivir en obediencia para ser santo. Todo nacido de nuevo acepta gozoso la dirección de Dios, oye su santo consejo, porque sabe que llegará el día en que será acogido en su gloria (Salmos 73:24).
¿Cómo puede perder su salvación, aunque peque, alguien que tiene grabado el amor de Dios en lo más profundo de su corazón y expresa con los labios, que para él el bien es estar con Dios? Recordemos que el mismísimo rey David pecó tremendamente, no fue un solo pecado y nada más. Él fue piedra de tropiezo y pecó de adulterio, fornicación, abuso de poder, manipulación, engaño y asesinato premeditado, y a pesar de ello no dejó de ser un hombre de Dios, que fue castigado severamente sin perder su salvación.
El rey David es uno de los principales salmistas. Podemos ver el entrañable amor que demostraba por Dios. No dudaba al aseverar que no tenía a nadie sino a Dios, y que si estaba con Él, ya nada quería en la tierra (Salmo 73:25).
David alababa a Dios con todo su ser, usaba la lengua para alabar, los dedos para tocar música, los labios para cantar, los brazos para demostrar sumisión. Reconocía la infinita fidelidad de Dios, su santidad y su sus actos de justicia. Sabía de la obra redentora de su Creador y que sus oraciones eran contestadas.
La fe verdadera es un don de Dios, que no se lo quita a quien la da. El nacimiento de nuevo a la vida espiritual también es un regalo de Dios, que hace parte de su gracia. El espíritu muerto en delitos y pecados es regenerado y traído a vida nueva. ¿Será que Dios mata a ese espíritu que está en relación con Él apenas falla? No lo hace, porque a partir del nuevo nacimiento se inició una relación eterna e indivisible, entre el Padre celestial y su nuevo hijo adoptivo.
Podemos concluir que si alguien pierde su salvación, en realidad nunca nació de nuevo, ni fue redimido.
Les deseo un día muy bendecido.