Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Deuteronomio 11:18 RVR1960
Queridos amigos, la mayor parte de las personas se jacta diciendo que cuando asume un compromiso lo cumple, decir lo contrario sería, obviamente, lapidario.
Sin embargo, la experiencia nos muestra que no siempre es así, especialmente en culturas laxas como la nuestra. Lo que estos incumplimientos causan son en, entre otras, las razones para que una nación no se desarrolle.
Podríamos pensar que ese, sí, es un problema muy grande, sin embargo el verdadero problema se encuentra en el incumplimiento de las cosas que Dios manda.
Me arriesgo a decir que si hacemos una encuesta corta la mayoría de las personas encuestadas dirá que conocen lo que Dios espera de ellas, y que además, si bien no cumplen todo a rajatabla como Él pide, tratan de cumplir.
En ambos casos se trata de una falacia, porque la mayoría no conoce las Escrituras, incluidos muchos cristianos, por lo tanto no pueden saber lo que Dios espera de ellos, menos sabrán si están cumpliendo.
Debo tener misericordia y no puedo acusar a ninguno, porque al fin y al cabo requerimos de la obra de Dios sobre nosotros para poder vivir piadosamente, es decir con devoción genuina.
Estoy seguro que los bendecidos con la infinita gracia de Dios conocen sus deberes ante el Creador y de ninguna manera tienen la flojera espiritual de los hermanos que asisten domingo a domingo a calentar los bancos de sus congregaciones y luego continúan con una vida tibia durante la semana.
Lo que Dios quiere de sus hijos se puede resumir en cinco verbos: temer, amar, andar, servir, guardar. Jehová se ocupa de expresar de diferentes maneras y reiterativamente de que es imperativo tener temor de Él, exige que se le ame con todo, quiere que no nos desviemos en nuestro andar de sus caminos, espera que le sirvamos obedientemente y que guardemos su ley.
En el versículo de hoy, Dios ordena al pueblo de Israel que ponga esas sus palabras en su corazón y en su alma, lo cual es válido también para su pueblo redimido de estos días.
Cuando era niño recuerdo que alguna vez me até un pedazo de lana en el dedo para evitar olvidarme de algún mandado que mi mamá me había pedido para el día siguiente. Sabía que al ver la lana me acordaría de inmediato la tarea pendiente, porque no le quería fallar a mi querida madre.
Dios nos da la misma idea cuando nos dice que nos atemos sus mandamientos, ordenanzas y preceptos en nuestra mano y que además los llevemos sobre nuestra frente para que no solo nosotros no los olvidemos sino que otros puedan verlos para recordar.
El mandato va más allá, Dios pide que se les enseñe a los hijos en toda ocasión posible, ya sea sentados a la mesa, mientras se va de un lugar a otro, antes de dormir y al levantarse. Además se debería colgar cuadros en las casas como recordatorios constantes de lo que Dios pide.
Por lo visto, podríamos especular, que Dios no estaba tan seguro de la capacidad espiritual de su pueblo escogido, porque les exigía tomar diferentes medidas a fin de no olvidar sus mandatos.
Después de la venida de Jesucristo el hombre natural mantiene las mismas características que tenían los antiguos, aunque haya algunos modernos que se creen más evolucionados que el hombre de la era mosaica.
La diferencia de estos tiempos se encuentra en la gracia que Dios regala a sus escogidos, la cual se hace efectiva a través de la muerte en la cruz de nuestro Señor Cristo Jesús. Quienes son bendecidos con misericordia y gracia tienen al Espíritu Santo morando en ellos, y Él es quien funge como «lana viva» atada al corazón y al alma del creyente para recordarle todos los días sobre su deber de ser fiel a Dios.
Les pongo más abajo el pasaje completo de Deuteronomio, no lo puse completo en el cuadro para que algunos no se desanimen de leer la reflexión. Que Dios les bendiga con su gracia.