¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz;” Amós 5:18 RVR1960
Queridos amigos, mientras almorzaba con una joven amiga le pregunté cómo andaba su espiritualidad.
Su respuesta fue bastante explicita con contenidos estereotipados de la concepción de espiritualidad que se maneja en el mundo, que mayormente se entiende como una disposición de carácter moral y psíquico de quien desea desarrollar las características de su espíritu.
Mucho se relaciona la espiritualidad con la práctica de la virtud y el equilibrio, es decir apuntar a ser cada vez más bueno, dominando el carácter.
Poco tiempo después escuché verter un comentario bien intencionado a una amiga de mi esposa sobre mi hija, quien está viviendo sola y pasa momentos difíciles por la lejanía de la familia, dijo que dicha condición forjaría su espíritu. Una forma común de expresar algo muy diferente, que en realidad es forjar el carácter o madurar. No maduramos por el paso del tiempo, maduramos por las experiencias que vivimos.
En ámbitos orientales se habla mucho de forjar el espíritu. Una vez leí: “mil días son solo para forjar el espíritu, diez mil días son para pulir lo forjado”. Un gran esfuerzo humano, que requiere disciplina a raudales, dedicación constante y toneladas de voluntad.
Ese es el tipo de espiritualidad que impresiona y que la mayoría de occidentales admira y, quizás, sueña con alcanzar algún día. Es una espiritualidad reservada para los “profesionales”, que con profesionalismo buscan la perfección o para aquellas personas muy adelantadas “en la virtud”.
Muchos la ven como un ideal de vida, pero prefieren dejarla para después, por el momento es mejor disfrutar de los placeres de este mundo, pues solo se vive una sola vez. Creen que encontrando su propósito y vivir con sentido, ya es suficiente.
La creencia extendida es que no se puede superponer la esfera material de necesidades de la vida, trabajo, relaciones sociales con aquella espiritual de meditación, rezos y soledad. No es nada usual que en una reunión social se catalogue a un presente como espiritual, si así fuera, es muy posible que el aludido hasta se avergüence, en tanto que, si se le describe como virtuoso, moral y ético le será más fácil disfrutar del halago.
El común denominador de las personas piensa que ser categorizado en el nivel de espiritual es demasiado. Nadie quiere aparecer como un beato, menos ser parte de un mundo irreal, que impone exigencias extremistas y hasta inoportunas.
Lo trágico es que estos muchos tienen un concepto errado de la espiritualidad y esto les lleva a poner en un segundo plano la necesidad urgente de una vida espiritual genuina. Nadie se cuestiona si irá al cielo o no, porque culturalmente es un hecho que todos terminarán allí. Y si alguien les cuestiona, la respuesta suele ser “me da igual, si me voy al infierno, ni modo”.
Este pasaje llama la atención sobre el inminente juicio: “¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz”; ilustra el anhelo de los judíos de que llegase de una vez el día de Jehová, supuestamente un tiempo de vindicación y alegria, pues estaban muy seguros, como las personas antes descritas, que Dios les esperaba con algo especial. Sin embargo, por su condición de pecadores no arrepentidos el final solo puede ser de tinieblas, completamente contrario al de su esperanza.
Lo que los menos conocen, es que la genuina espiritualidad se da a través de la regeneración espiritual del Espíritu Santo sobre el espíritu muerto en delitos y pecados del hombre natural (Efesios 2:1). Solo con un espíritu regenerado es posible iniciar una verdadera vida espiritual, que tiene como objetivo central desarrollar una relación con Dios.
El hombre espiritual verdadero, a diferencia de otros, no tiene que hacer ningún empeño en su propia fuerza, debe dejar obrar el poder de Dios sobre él. El fruto lo da el Espíritu Santo, quien le bendice con amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5:22,23), atributos que se van desarrollando en la medida en que el nacido de nuevo va creciendo en obediencia al Señor Jesucristo.
Dios comienza la buena obra espiritual en sus escogidos y la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (Filipenses 1:6), lo promete la Biblia.
Que la cruz de Cristo se haga efectiva sobre sus vidas para que el Espíritu Santo les regenere a vida espiritual nueva.