No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones. 1 Samuel 2:3 RVR1960
Queridos amigos, otra historia de conmovedora fe y devoción del Antiguo Testamento es la de Ana esposa de Elcana y madre de Samuel.
Ana, a pesar de ser muy amada por su marido, vivía apesadumbrada por no tener un hijo, y su sufrimiento crecía a través del desprecio de Penina, la otra esposa de Elcana, que se pavoneaba por haber concebido repetidas veces.
Algunos varones de estos tiempos quisieran haber vivido en tiempos bíblicos por la posibilidad de tener más de una mujer, deseando satisfacer su lujuria, pero sin pensar en los problemas familiares que acarrea la poligamia.
Elcana tenía como preferida a Ana, pero debía suplir por Penina, quien le había dado hijos, y además tenía que aguantar las rencillas entre las mujeres. Penina se dedicaba a burlarse y a entristecer a su rival. El sufrimiento no era solo para Ana, de seguro que Penina también sufría a pesar de mostrarse segura y arrogante, y ni que decir de Elcana, que debía convivir en un ambiente hostil de soberbia, regaños y discusiones.
Ana caminaba con Dios y se mostraba humilde, aunque con mucha probabilidad también reaccionaba en su momento. Tal era su anhelo y aflicción por tener un hijo, que decidió consagrárselo a Dios, si la bendecía con un embarazo.
Dios, en su misericordia y bondad, oyó su clamor y le regaló un hijo, a quien bautizó como Samuel. Tal fue la alegría de Ana que nos dejó un cántico de alabanzas conocido como el “canto de Ana”, que a su vez fue utilizado por el rey David en su cántico (2 Samuel 22) y también María lo uso como modelo para su propia canción conocida como Magnificat.
Debemos seguir la actitud de Ana, que no dudó del poder de Dios. No sabemos si Él obrará acompañando nuestros anhelos, pero sí podemos estar seguros de que Él tiene el control perfecto sobre todos los acontecimientos de nuestra vida, además que lo que Él nos da, siempre termina resultando para nuestro bien, por lo tanto, debemos estar agradecidos por la manera en que nos trata.
Samuel terminó siendo una bendición para su madre, para su familia y para el pueblo entero de Israel. A través de un solo hecho multitudes fueron bendecidas, y muchos ni cuenta se dieron.
Ana sabía que el Señor la había favorecido y su agradecimiento fue inmenso, además que no dudó en cumplir su promesa y apenas pudo entregó a su hijo al sacerdote Elí para que desde muy pequeño sirviera a Jehová.
Observamos una demostración de entrega total a Dios, pues, ¿qué madre estaría dispuesta a deshacerse de su único hijo en un hogar donde se hacían la burla con desprecio de ella, justamente por no tener hijos? Una madre que ama a Dios está dispuesta a tal sacrificio, porque Dios debe ser lo primero y el todo en la vida del creyente.
Y no solo entregó a su hijo en cumplimiento de su promesa, sino que optó por no pagarle con la misma moneda a su rival Penina. Al decir que no era necesario multiplicar palabras de arrogancia y altanería, estaba bajando la guardia, dejando el juicio en manos de Dios.
Que no nos quepa la menor duda de que Ana pensó en venganza, pero se sobrepuso a la tentación de hacer justicia por su propia mano, porque Dios estaba con ella, y ella anhelaba servir a su Señor con su obediencia. Ninguno prevalecerá por su propia fuerza sino solo y únicamente por el poder de Dios, entonces, ¿por qué no entregarnos completamente a Él?
Todos los creyentes rebosaremos de alegría algún día y cantaremos como cantó Ana. Dios se ocupará de borrar lágrimas y dolores, y la tristeza en los corazones será convertida en alegría.
Les deseo un día muy bendecido.