Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Romanos 8:5 RVR1960
Queridos amigos, tanto para el creyente como para el incrédulo la unión en yugo desigual es motivo de tribulación.
Un yugo es un equipo de madera que se utiliza para unir a dos bueyes y a la carga que tiran en conjunto. La tribulación se puede definir como pena, disgusto o aflicción grande que puede sentir una persona.
Una asociación en yugo de bueyes muy diferentes entre sí, por ejemplo uno alto y otro bajo hace que giren en círculos; o uno fuerte y otro débil hace que el fuerte realice mayor esfuerzo con menor eficiencia, las diferencias les dificultan en gran manera su tarea en el campo, eso se entiende por yugo desigual.
El yugo desigual en el matrimonio (también se puede presentar yugo desigual en los negocios o en cualquier otro tipo de asociación) se genera de dos maneras: por la unión de un convertido con una persona no convertida; o cuando dentro de un matrimonio establecido uno de los dos cónyuges se convierte en creyente. En la primer situación la carne vence sobre el espíritu, haciendo caso omiso de la gran advertencia del apóstol Pablo en 2 Corintios 6:14.
El segundo caso se suscita por la obra soberana del Dios Padre, quien en su misericordia regala gracia a uno de los cónyuges. A partir de la conversión de uno de los cónyuges la convivencia entre ambos se puede hacer más difícil, pues de tener varias cosas en común pasan a ser opuestos en los temas inherentes a la carne y al espíritu.
El inconverso está dominado por la naturaleza humana pecadora, sus decisiones se sustentan en sus percepciones sensuales y su vida está centrada normalmente en el ego. Pone sus afectos en las cosas que no tienen a Cristo. Quiere vivir la vida siguiendo al mundo de manera obcecada.
En tanto que el nuevo creyente ha dejado de tener una mente propia y tiene la mente de Cristo, vive en el mundo pero ya no es del mundo (Juan 17:16). Pasa a tener una nueva vida, convirtiéndose en un forastero en este mundo con un corazón rebosante de anhelos por servir a su Señor haciendo su voluntad. Para el convertido vivir sin Cristo es como dejar de tener aire para respirar.
Observamos que ambas vidas se dirigen en sentidos opuestos. Es como estar casado con un extranjero del otro lado del mundo, alguien de una cultura tan diferente que la convivencia se hace tremendamente difícil. Se tuvo sueños en común, se tiene hijos en común, se poseen bienes materiales en común, pero los corazones dejan de estar en común. Entiéndase que no me refiero al afecto marital que no necesariamente se diluye.
El apóstol Pablo es claro cuando enseña en 1 Corintios 7:12-14 que el creyente no debe dejar a su pareja, a pesar de los problemas que su unión pueda acarrear. Se entiende que no debe dejar de quererla y más bien debe tratarla con mucha misericordia, más allá de mantenerse obediente al mandato del apóstol. Lo hermoso es que el creyente santifica a su familia incrédula.
El creyente que vive en yugo desigual requiere de la presencia del Espíritu Santo en su vida acompañándole con su fruto de paciencia, benevolencia y dominio propio. Motivo por el cual debe orar y doblegarse a la voluntad de Dios con mayor dedicación. En su propia fuerza no podrá conseguir mucho, pues su pareja no tiene oídos para oír ni ojos para ver, por lo tanto no tiene discernimiento para entender los motivos por los cuales no desea por ejemplo, hacer tal o cual actividad, divertirse como antes o mantener ciertas relaciones sociales o de amistad.
El mundano quiere seguir viviendo su vida corriente, mientras ve cómo el creyente supuestamente mengua en el aburrimiento. Sufre con e cambio radical de su pareja. Necesita de actividades que le llenen y satisfagan sus inquietudes de diversión y buen pasar; mientras el convertido vive en el gozo del Señor mirando pasar todo lo que en un tiempo amó y ahora detesta.
Es en ese sentido que el creyente casado en yugo desigual se verá sometido a una constante presión de alinearse al mundo y compartir sus cosas. De forma benevolente el creyente debe ir balanceando un equilibrio con su pareja incrédula y determinar en qué participar y qué cosas negar rotundamente. Lo normal es que los impíos rechacen la nueva forma de vida de su cónyuge y no quieran participar de sus actividades cristianas, aunque existen parejas donde gracias a Dios se genera una mejor estabilidad y su vida se hace más llevadera.
El creyente nunca debe dejar de orar por la conversión de su pareja y de sus hijos, para que dejen de pensar en las cosas de la carne y empiecen a pensar en las cosas del Espíritu. Tenga Dios misericordia de quienes viven en yugo desigual.
Les deseo un día radiante y que Dios les acompañe.