Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas. Josué 1:9 RVR1960
Queridos amigos, en alguna ocasión pasé por la experiencia de observar la consternación del impío ante la verdad de Dios, incluso después de haber demostrado buena predisposición para escuchar la Palabra en una sesión de estudio bíblico.
Para mi fue solo una confirmación de las palabras escritas por el apóstol Pablo en la primera epístola dirigida a los Corintios donde indica, que agradó a Dios salvar a los creyentes a través de la locura de la predicación (1 Corintios 1:21), y agrega: Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2:14).
La sabiduría del mundo se contrapone a la sabiduría de Dios y este hecho es el que lleva a que los que no son llamados generen una repulsión, y hasta aversión, hacia la justicia de Dios y pasen a describirla como una cosa de locos y fanáticos.
Incluso partiendo desde dicha perspectiva, al parecer no tan trascendente, se observa la necesidad del cristiano de ser esforzado y valiente. Porque si no fuera por su amor por Dios y la fe que le acompaña, el desaliento de observar la ceguera de quienes se perciben a sí mismos como muy inteligentes, sustentados en su propia justicia, y generando rechazo con desprecio, sería muy grande.
La gracia de Dios pertenece a sus escogidos, pero es su deber reclamarla a través de su fe y las acciones que la acompañan. Todo creyente sabe que Dios está con él, pero su fe debe estar presente para que pueda esgrimir la espada de la Palabra a fin de salir airoso (espiritualmente) de todo conflicto.
Tenemos un gran ejemplo de valentía sustentada por la fe en el joven David, que no dudó en lo más mínimo para enfrentarse al gigante filisteo conocido como Goliat, que había tenido amedrentado a todo el ejército de Israel durante cuarenta días (1 Samuel 17).
Su fe sustentó su triunfo, pero primero debió convencer que él era el adecuado para enfrentarse al gigante, a pesar de que casi todo hablaba en su contra: era joven inexperto en el arte de la guerra y todavía no había terminado de desarrollar físicamente. Tuvo a su favor la experiencia de haberse enfrentado con valentía a osos y leones para defender su ganado, la fuerza siempre se la dio Dios.
No se trataba de un intrépido que no medía las consecuencias, que había tenido suerte hasta ese momento, más bien era un hombre joven de fe, que había puesto su amor y celo en su Señor, quien, a su vez, lo guiaba y protegía.
De manera similar, Josué debía enfrentar a los pueblos paganos del otro lado del río Jordán, que se veían como demasiado peligrosos por lo fuertes. Sin embargo, fortalecido por su confianza en Dios fue obediente, no dudó en enfrentarlos, con el consiguiente resultado de conquistar la tierra prometida, tal cual Dios lo había manifestado.
La conquista requería de mucho esfuerzo y de una dosis alta de valentía, Josué fue estimulado por su fe a ser esforzado y valiente, creyendo firmemente en las promesas de Dios. La ley de Dios gobernaba la vida de Josué, y esa condición conducía a que Josué mantuviera su motivación para dirigir al pueblo israelita hacia el gran objetivo de conquistar la tierra prometida.
El creyente puede estar seguro de que Dios no dejará de acompañarlo y de sustentarlo en la medida en que no deje de lado su obediencia hacia Él. Si estamos caminando en el camino del Señor no dudemos en ser osados, actuando con la valentía y la fortaleza que son el resultado de nuestra fe.
Puede que las condiciones terrenales sean óptimas, pero eso no garantiza el éxito. El mundo te enseña que debes tener las ganas para avanzar, si se suman elementos tales como buenas relaciones y trabajo duro, te asegura que la consecuencia será el éxito. Pero el éxito que va de la mano de Dios se rige por Su voluntad y por la obediencia basada en la fe.
No tenemos la garantía de prosperar materialmente, es posible que el éxito que se consiga no acompañe a los parámetros del mundo, pero qué cosa más gloriosa que conseguir el triunfo a los ojos de Dios, porque se actuó con fortaleza y valentía, confiando únicamente en Él.
Para ser obedientes a la Palabra se requiere de mucha fuerza, es preciso amar a Dios con todas las fuerzas, y de mucha valentía, teniendo la certeza de que las cosas dedicadas a Dios con todo el corazón siempre saldrán bien en términos espirituales. Al no dudar de la certeza de las promesas de Dios, le estamos dando plena honra a su verdad.
Les deseo un día muy bendecido.