Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Mateo 15:8 RVR1960
Queridos amigos, si bien estas palabras del Señor Jesucristo estaban dirigidas a los fariseos, se pueden aplicar muy bien a quienes dicen honrar a Dios y no lo hacen.
El comportamiento farisaico era de una tremenda religiosidad y de altísimo grado de legalismo. Cuidaban de todos los detalles para mostrar ostensiblemente su temor de Dios. Cumplían con todos los rituales y eran estrictos seguidores de los preceptos de la ley.
Tal era su celo, que no dudaron en poner en tela de juicio el comportamiento de los discípulos y del mismísimo Señor Jesucristo, increpándole por no cumplir y hacer cumplir, por ejemplo, con el proceso de lavado de manos previo a una comida.
Por supuesto que el celo de las personas que se dicen creyentes no se acerca ni de lejos a la actitud de los fariseos, sin embargo, una gran cantidad de personas que se autodenominan cristianos poco o nada hacen por vivir honrando a Dios, porque su corazón está lejos de Él, solo le siguen por tradición y algunos por sí acaso, porque nunca se sabe, bajo la muy poco sabia premisa de “en algo hay que creer”.
Es evidente que una gran mayoría dirá que Jesús es el objeto central de la fiesta navideña. La pregunta es si esa gran mayoría es genuinamente sincera, es decir, si siente en el corazón la alegría del significado de la maravillosa encarnación de Dios hecho hombre y si realmente se goza en el segundo hecho más maravilloso de la historia, el advenimiento, después de la resurrección y pone tales hechos como centro de su celebración, y no solo como un mero colateral obligatorio de la tradición.
La tradición es la que domina el corazón del hombre natural en estas épocas de sentimentalismo y de negocios; la gran mayoría, como autómatas, armando árboles de navidad, poniendo luces de colores, emulando situaciones del invierno nórdico por estas latitudes. Alabando las decoraciones, disfrutando de las novedades del año. Renos, copos de nieve, estrellas, guirnaldas, muñecos de nieve, enanos, duendes y finalmente el verdadero ser objeto de la engañosa Navidad, el imaginario papá Noel, Santa Claus o viejito pascuero, quien hace que el mero centro de atención sean los regalos. Para muchos un tipo bonachón más bueno que Jesucristo.
Sin el menor empacho se engaña a los niños diciéndoles que el niño Jesús les manda los regalos, que el intermediario es el papá Noel y que trae los obsequios volando desde el polo norte, que solo los que se portan bien reciben regalos, se les genera una estúpida ilusión, que divierte a los mayores. Visto fríamente, una vil mentira y se supone que mentir es pecado, pero a quién le importa lo que cuenta es la felicidad pasajera en los rostros de los pequeños.
Es triste ver cómo se ha puesto de moda hablar del espíritu navideño y solo desearse paz y amor por estas fechas. Mi anciana madre recordaba la Navidad de su infancia como una fiesta simple, sin regalos, donde se tomaba chocolate caliente acompañado de buñuelos, me cuenta que los niños adoraban al niño Jesús en un simple y rústico pesebre con bailes y villancicos, también una tradición, pero en sumo aburrida e incompleta para estos tiempos.
Históricamente la Navidad fue instituida para sobreponer una fiesta pagana, sin duda una buena iniciativa si no hubiera estado manchada de intereses políticos y de poder. Vemos que la Navidad es una celebración creada por los hombres, y nada tiene que ver con esa verdadera adoración de los pastores y los reyes magos en Belén.
La Navidad habría que celebrarla en el corazón todos los días de la vida.
Por supuesto que si la Navidad fuera de Dios el mundo no la celebraría, tan claro como eso. Prácticamente todo lo que se hace para Navidad no es bíblico, el mundo solo busca agradarse a sí mismo, en vez de agradar a Dios.
Si el objeto de la Navidad fuera el de agradar a Dios, se harían cosas que son agradables para Él, sin embargo, prácticamente nada de lo que se hace es para Él, todo está dirigido a agradar a las personas, de las cuales, las menos, se detienen siquiera por un poco a pensar a la luz de la Palabra en el significado y valor del nacimiento del Rey de reyes.
Lo que más me duele es que muchos de los que se dicen seguidores de Cristo están sumidos también en esta tradición, siguen el camino del mundo iluminado de luces de colores y lleno de decoraciones, cumpliendo consciente o inconscientemente el objetivo de agradar al mundo y no a Dios.
Me pregunto si en verdad conocen las cosas de Dios o simplemente deciden hacer lo políticamente correcto, que es decir que creen en Él. Es preciso conocer la Palabra de Dios y sus propósitos, saber muy bien por qué mandó a su hijo unigénito a este mundo de pecado y el rol maravilloso que juega en las vidas de los verdaderos hijos de Dios.
Me vuelvo a preguntar, si seguiríamos al pie de la letra las palabras del apóstol Pablo vertidas en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” ¿Estaríamos siguiendo al mundo en esta Navidad?
A pesar de todo les deseo “felices fiestas”, pero no nos conformemos con la bendición física y terrenal de tener reunida a la familia alrededor de una mesa, ojalá en paz y amor, la gracia de Dios es en verdad lo que necesitamos, una bendición espiritual, pues cuando estemos en paz con Dios, también gozaremos de sus dones de paz y amor.
Les deseo un día muy bendecido.