Jehová, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza. Isaías 25:1 RVR1960
Queridos amigos, muchos esgrimen el argumento de que es imprescindible creer en algo o alguien, y de esa manera deciden creer en un dios solucionador de problemas.
Un ser celestial que se acerca en cuanto le necesita y hace de la vista gorda ante lo que no conviene, esculpido en sus mentes acorde a sus deseos. Por cierto, ese no es el Dios de la Biblia.
El Dios de las Sagradas Escrituras es Dios de todos, pero solo es Padre de quienes creen genuinamente que Jesucristo es su Señor y salvador, y que han pasado por arrepentimiento y conversión.
Cuando Isaías confiesa que Jehová es su Dios, no es solo porque cree en lo maravilloso que es, sino también porque sabe que fue cambiado espiritualmente por Él para una mejor vida en la tierra y para salvación eterna.
El común de las personas piensa que una mejor vida en la tierra es estar libres de enfermedad, tener posesiones para disfrutar de ellas y si se cuenta con algo de poder se la pasa aun mejor.
El pensamiento del convertido es diferente, se tiene una vida mejor cuando se vive en Cristo, esforzándose por vivir alejado del pecado, en justicia y santidad, buscando hacer la voluntad del Padre celestial.
El orgulloso está expectante ante el reconocimiento que según él se merece, en tanto que Dios recobra de los arrogantes la gloria que le pertenece solo a Él.
Un acto maravilloso de justicia el que Isaías describía al referirse a la destrucción de la ciudad extraordinariamente fortificada pero quebrantada por la vanidad (Isaías 24:10), se puede tratar de cualquier ciudad dominada por el sistema del mundo.
Las maravillas de Jehová son actos de justicia que tendrían como desenlace la victoria final sobre la muerte. Sabemos que Jesucristo venció a la muerte con su resurrección, lo corruptible se vistió de incorrupción, lo mortal se vistió de inmortalidad (1 Corintios 15:54).
Después no habrá muerte ni dolor ni llanto ni sufrimiento (Apocalipsis 21:4). Isaías sabía con total certeza que Dios cumple con todas sus promesas y que nada ni nadie puede interferir en sus planes, lo que viene del Creador es verdad y firmeza.
El creyente redimido entona alabanzas, que sabe seguirá entonando durante su vida eterna: “maravilloso Dios te exaltaré, alabaré tu nombre”. Su corazón rebosa de gozo cuando recuerda las victorias de Jesucristo sobre los enemigos espirituales y no quiere dejar de alabar las maravillas de Dios.
El consuelo que Cristo provee a su pueblo es maravilloso, Él fue siempre cobijo de los creyentes atribulados y cansados, es la roca que refugia y salva. El Señor debilita al poderoso que es orgulloso y fortalece al que se sabe débil pero permanece en Él. La fe genuina permite creer sin dificultad en el testimonio de Jesucristo y conduce a confiar en la verdad de sus promesas.
Este pasaje hace parte de la historia de la liberación de los judíos del cautiverio, pero su sentido es para los creyentes de todos los tiempos. Pensemos en lo que Dios hace por nosotros: castigos merecidos no recibidos, oraciones contestadas, gozo y paz en nuestros corazones, ¿no nos nace el impulso de alabarlo por su misericordia, bondad y fidelidad?
No hay Santo como Jehová, porque no hay ninguno fuera de Él, y no hay refugio como el Dios nuestro (1 Samuel 2:2).
Que las bendiciones de Dios colmen sus vidas y que su respuesta sea vivir haciendo Su voluntad.