Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían. Salmos 2:12 RVR1960
Queridos amigos, es muy probable que el salmista tenía en mente a un rey de sus tiempos y que no necesariamente se refería al Mesías, pero Dios inspiró la escritura dirigiéndola hacia un Rey ungido en el futuro.
Las enseñanzas del Antiguo Testamento están diseñadas en muchos casos para lo que sucederá en el futuro, hechos escatológicos que se darán en los “últimos tiempos”. Aquí nos encontramos ante una “prefiguración” del Hijo de Dios, el Ungido, el Mesías, el Cristo.
Al pedir que se honrara al Hijo, se partía de la premisa de que el mundo no lo estaba haciendo. Nada cambia en la historia, pues los hombres se mantienen en rebelión contra Dios. Incluso en este mundo moderno donde todo parece más civilizado y más inteligente, el hombre se opone y se rebela contra Dios, imperando un rechazo impresionante hacia Jesucristo. La esencia de la naturaleza pecadora caída del hombre es su enemistad con Dios.
Con la venida de Jesús aprendimos que no puede haber servicio al Señor de señores (el Rey de Reyes) sin reverente sumisión al Hijo. “Honrad al Hijo” es una invitación a inclinarse y someterse por completo al Señor y Rey.
¿Cómo puedo declarar que Jesús es mi Señor, sin someterme por completo a su señorío? Pero muchos que están en rebelión sin saberlo lo hacen, quedando en la mera declaración, sin ningún efecto para sus vidas.
Jesucristo es el Rey de reyes en el mundo y en el cielo, pero su reinado sería incompleto si no fuera también el Rey en nuestros corazones para dirigir nuestras vidas. Para que eso suceda es necesaria la gracia de Dios, ese regalo inmerecido de salvación, que el pecador recibe sin haber hecho nada para conseguirlo.
Quienes honran al Hijo son temerosos de Él, y saben de las bienaventuranzas inseparables de su misericordia y bondad, así como de la ira inseparable de su santidad. Pero para honrar verdaderamente al Hijo es preciso nacer de nuevo en espíritu, una obra del Espíritu Santo sobre los escogidos de Dios.
Jesucristo es la cura para la enfermedad del pecado, pero la incredulidad hace que los (más) enfermos rechacen dicha medicina. Entonces la destrucción será total, terminarán dándose cuenta de que las esperanzas que tenían puestas en las cosas del mundo eran vanas y que rechazaron la oportunidad de caminar en la senda de la felicidad, porque Cristo es el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6).
Bienaventurados aquellos que no rechazan el remedio y que reconocen a Cristo Jesús como su Señor y salvador. Es la sabiduría que Dios pone en el corazón de los creyentes. Pero no debe ser suficiente ver a Jesús como Señor a quien es deber someterse. El amor de Dios por sus hijos es tan grande, que su respuesta no puede ser otra que la de también amarle a Él y a su Hijo.
Nuestro amor por Jesús ha de ser con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todas las fuerzas, es preciso amarle sobre todas las cosas. Él debe estar como primero en todos nuestros actos y pensamientos. Nada de lo que hagamos debe herir su santidad.
Tenemos el bello ejemplo en la mujer pecadora de Lucas 7:37-38, que cuando vio a Jesús se arrojó llorando a sus pies. Él era para ella lo más querido y precioso, porque podía salvarla de sus pecados. No dudó en secar sus pies con sus cabellos, una joya natural muy valiosa para una mujer, y tampoco tuvo ningún reparo en besar sus pies y ungirlos con perfume, pues Él era su Rey a quien amaba entrañablemente y a quien manifestaba su amor de esa manera tan expresiva y humilde.
Amemos a Jesús con sinceridad y sometámonos a su señorío para vivir en obediencia, haciendo su voluntad, entregados por completo a vivir por su santa causa.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.