Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. Lucas 13:23-24 RVR1960
Queridos amigos, quiero pensar que la persona que preguntó era un judío convencido de que el cielo era exclusivo de su pueblo, es decir que todos los judíos serían salvos.
Era la típica pregunta de aquellos que les gusta hablar y mostrarse, probablemente quería que lo viesen como a un religioso piadoso. Ha debido quedar desolado después de constatar a través de las sorprendentes palabras de Jesús, que la salvación no era (es) automática ni para él ni para su pueblo. Quizás retornó furioso a su casa.
En muchos casos la curiosidad, el orgullo o la soberbia conducen a realizar preguntas inadecuadas. Aunque el deseo de que todos sean salvos es muy noble, ¿de qué sirve que la multitud se salve, si yo no me salvo?
La pregunta correcta sería: ¿qué debo hacer para ser salvo? ¿Habrá algo en mi poder que me lleve a la salvación? Definitivamente es algo de vida o muerte.
No podemos salvarnos solos y tampoco podemos realizar nada que satisfaga tanto a Dios como para que lo impulsemos a salvarnos. El hombre natural no tiene forma de realizar nada en favor de Dios por su condición caída de pecador.
Si bien el ingreso al cielo es imposible para el hombre natural en su propia fuerza, los requisitos de admisión que Dios exige son sencillos: Fe y arrepentimiento. Para entrar al Reino de los cielos solo existe una puerta, y ésta es angosta, porque el Señor Jesucristo es la única puerta que da acceso a la gloria de Dios (Juan 10:7-9).
No es suficiente con “entregarse” a Cristo y creer que con eso se cumplió. Quienes afirman tener fe y siguen tibiamente los preceptos de Dios, de igual manera poseen el deseo tibio de llegar al cielo. Saben que ingresar es bueno, pero su esfuerzo no es suficiente como para atravesar el umbral de la puerta angosta. Esa es la fe intelectual de muchos, que procuran entrar, y no podrán.
Por la verdadera fe se llega a creer en Jesucristo como Señor y salvador. Pero si se asume que Él es únicamente salvador, no se está aceptando su señorío, ni se está entendiendo que es imprescindible someterse como siervo para servirle con obediencia. A muchos les disgusta ser siervos y menos esclavos, porque aman su “libertad”, he ahí el gran dilema.
El arrepentimiento genuino implica un cambio radical de vida, no se puede afirmar haberse arrepentido y mantener el mismo estilo de vida de siempre. El convertido que entrará por la puerta angosta, tuvo que sufrir un cambio radical al haber nacido de nuevo, y su participación del mundo debe irse achicando en la medida en que su participación del cielo va creciendo.
Observando la manera de vivir de una determinada persona no es posible discernir si será salva o no. Tampoco hemos de despreciarnos a nosotros mismos, aunque no seamos dignos, para Dios nada es imposible. Cabe esforzarse por vivir en obediencia, amando a Dios con todas las fuerzas, el alma, el corazón y la mente para conseguir entrar por la puerta angosta.
Jesús afirmó que: Así que los últimos serán primeros, y los primeros, últimos (Mateo 20:16). No todo lo que brilla es oro, y podemos ser engañados por las apariencias. Solo en el cielo sabremos, si quienes parecen ser, también lo son.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.