Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios. Salmos 141:3 RVR1960
Queridos amigos, a muchos de nosotros nos es familiar el dicho “en boca cerrada no entran moscas”.
La sabiduría popular reconoce que las muchas palabras nos pueden contaminar, más allá de lo desagradable y potencialmente dañino que es, que una mosca entre en la boca de una persona.
La acción de hablar es una consecuencia de pensamientos previos, aunque no siempre. Por lo tanto, en la medida en que los pensamientos sean buenos, las palabras vertidas por la boca serán también buenas y, por supuesto, todo lo contrario para pensamientos malos.
Me divierte pensar que hay personas que pueden tener pensamientos grises, es decir una mezcla entre blanco y negro, una suerte de pensamientos no tan malos ni tan buenos, por así decir los famosos pensamientos de picardía o de doble sentido, que al final terminan siendo parte de los malos, aunque el hombre natural rebata diciendo que no tienen nada de malo. Ya nos podemos imaginar a qué tipo de palabras conducen estos pensamientos grises.
Si la consecuencia del pensamiento es el hablar, en qué queda el dicho bíblico que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45)?
El corazón en este caso no se refiere al órgano biológico que late dentro de nosotros, más bien designa el asiento de diversas actitudes y emociones, incluyendo la inteligencia.
Para contextualizar mejor les pongo algunos ejemplos bíblicos del estado del corazón: sencillez de corazón, corazón amoroso, sabio, corazón endurecido, desmayado, corazón de piedra, hipócrita de corazón, corazón pervertido, orgulloso, temeroso, malo, incrédulo, falso, rebelde, idolátrico, entenebrecido. Dios puede cambiar un corazón de piedra por uno de carne o por uno nuevo, cuya consecuencia es un cambio radical de actitudes y deseos, incluso de inteligencia.
Observamos que existe una estrecha correlación entre el corazón, los pensamientos y lo que sale de la boca. Por lo tanto, dependiendo del estado en que se encuentre el corazón fluirán los pensamientos y las palabras que usemos para expresarnos.
Por otra parte Santiago describe a la lengua contenida en la boca como un instrumento muy peligroso y dañino, si es mal utilizado. Nos recuerda que si alguno no ofende de palabra es varón (o mujer) perfecto(a), capaz de dominar todo su cuerpo controlándose en todo sentido (Santiago 3:2).
Continúa en el versículo 8 del mismo capítulo diciendo que ningún hombre puede domar su lengua, que es un mal que no puede ser refrenado y que además está llena de veneno mortal. Con ella bendecimos y lamentablemente también maldecimos (versículo 10).
Ahora entendemos el afán del salmista de pedirle a Dios clamando, que guarde su boca, expresado poéticamente “la puerta de sus labios”. Era consciente de que lo mejor es ser ahorrativo con las palabras, es decir, breve y puntual con los dichos de la boca, por lo que cuanto más tiempo ésta esté cerrada es mejor.
Concluimos que el peligro de la lengua reside en el corazón, que los pensamientos y dichos puros solo podemos conseguirlos a través del poder de Dios obrado en nosotros.
Sin el poder de Dios actuando activamente en nuestros corazones, sin tener un espíritu regenerado, es decir haber nacido de nuevo, será imposible dominar completamente nuestros pensamientos, nuestras actitudes y finalmente nuestras lengua y boca.
Oremos como el salmista para dejar de hablar sinsentidos; para dominar nuestra boca y evitar los chismes, las ofensas, las mentiras y los malos dichos.
Como comentario de cierre: Grave es cruzarse en el camino con una persona que sufre de verborrea, esa costumbre y necesidad de hablar hasta por los codos, la probabilidad que se le salga cualquier barbaridad contra Dios y el hombre es altísima, Dios nos guarde.
Les deseo un día muy bendecido.