Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, Efesios 4:17 RVR1960
Queridos amigos, el hombre por naturaleza rechaza a Dios, pues su tendencia humana natural le lleva a querer caminar caminos alejados de Dios.
Ningún creyente entusiasmado por evangelizar debería sorprenderse al ser rechazado, no lo están rechazando a él sino a Dios y a su Palabra. El hombre natural asume como justos y correctos los pensamientos del mundo, motivo por el cual cae con extrema facilidad en el orgullo intelectual, el cual es equiparable a la expresión de Pablo: “la vanidad de su mente”.
Para no retroceder muy atrás en el tiempo avoquémonos a la Revolución francesa donde se empezó a proclamar los derechos absolutos de la razón, sumados los descubrimientos científicos posteriores, que aumentan la confianza en el hombre y conducen a pensar que la raza humana lo puede todo, exaltando, de esa manera, el orgullo de la inteligencia.
Estos antecedentes son los que sustentan el pensamiento moderno, donde apelar al tribunal del propio juicio es la mejor, si no la única opción. Esta mentalidad dificulta en extremo la condición de someterse a la autoridad, en este caso a la autoridad de Dios, y de ahí el rechazo al Evangelio.
¿Acaso no es indispensable confiar en las capacidades del intelecto para ser exitoso en este mundo? Se exalta la inteligencia al grado de catalogarla en un sin fin de tipos, ya no solo se necesita ser solamente inteligente, sino que se requiere ser inteligente emocionalmente, espacialmente, lingüísticamente, y así sucesivamente.
El orgullo es la expresión de la maldad extrema en el corazón del hombre caído. Luzbel se convirtió en diablo por orgullo, qué mejor ejemplo para explicación. La vanidad de la mente acompaña al orgullo intelectual, porque el orgulloso intelectual es presuntuoso de sus propios pensamientos.
La presunción intelectual es un resultado de la arrogancia y el envanecimiento creados por la idolatría al dios “Yo”, es decir uno mismo. De todo lo que el hombre oye en el mundo, ve y lee del mundo, sumado a sus pensamientos “inteligentes”, saca conclusiones y define su orientación política, filosófica y religiosa. Y no hay quien le pueda sacar del molde en que se encasilló, o que en realidad fue encasillado. Basta como ejemplo el relativismo al cual la sociedad en su conjunto está sometida en estos tiempos, y cada uno piensa que la razón es el sustento de sus pobres pensamientos (que nadie se sienta ofendido, pues estamos todos incluidos, incluso los más intelectuales y los más ignorantes).
Entonces el hombre natural obra en función a su propia justicia y verdad, absolutamente seguro de no estar equivocado, por lo tanto, se siente con toda la autoridad para rechazar todo aquello que no comulga con él, incluida la Palabra de Dios, que es justicia y verdad equiparable a locura para la mente humana del hombre natural.
Miremos las consecuencias del pensamiento del hombre en este último siglo: dos guerras mundiales y muchas locales, descubrimientos científicos usados para destruir, las grandes “bendiciones” tecnológicas provienen de los esfuerzos realizados por militares para ganar guerras. Extrema riqueza y extrema pobreza. Organizaciones rimbombantes como la ONU y la OEA, que no consiguen paz alguna. El divorcio masificado, el aborto legalizado y las leyes que buscan destruir el matrimonio heterosexual y la naturaleza de la familia creada por Dios.
Después de lo expresado no es sorpresivo que el apóstol Pablo recomiende (exhorte) a los convertidos a no andar como los inconversos (los otros gentiles), que andan perdidos en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón insensible (Efesios 4:18).
Sin embargo, es importante para el creyente genuino no caer en el orgullo intelectual. Cuidado que el intelecto sea la guía para crecer en la fe y servir a la iglesia. Que el intelecto no se transforme en el único medio de relacionamiento con Dios, mucho cuidado en convertirlo en un criterio espiritual.
Ese orgullo intelectual nos puede llevar a pensar erróneamente, que personas que saben menos son unos inmaduros en la fe. Tampoco discutamos y menos contendamos con aquellos que no piensan igual o discrepan en temas de fe, puede que sean mucho más espirituales que uno.
Tengamos presente, que Dios se opone a los soberbios (escarnecerá a los escarnecedores), pero muestra favor a los humildes dándoles gracia (Proverbios 3:34).
Les deseo un día muy bendecido.