Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Juan 6:49-50 RVR1960
Queridos amigos, cuando el pueblo de Israel abandonó Egipto, lo hizo confiado en el poder de Dios, porque hasta los ciegos pudieron ver su poder en acción.
Incluso después de haber vivido las plagas contra Faraón sin haber sufrido el mínimo daño, haber recibido valiosos regalos de los egipcios y haber caminado sobre tierra seca con dos murallas de agua a izquierda y derecha, y finalmente haber visto ahogado al ejército más poderoso de su época, no fueron convencidos de abandonar su idolatría, para poner su plena confianza solo en Dios.
Actuaron como lo que eran, y así es la humanidad en su conjunto, gente de dura cerviz con muy poco entendimiento cuando se trata de la Verdad. Dios había escogido a su pueblo y no lo abandonaría por sus transgresiones, pero tendría que disciplinarlo. De esa manera comenzó un peregrinar de cuarenta años por un desierto agreste, donde no había posibilidad de conseguir agua y alimentos.
Dios tuvo misericordia y decidió alimentarlos con el maná, un alimento completo diseñado especialmente por Dios, que solo disfrutaron los israelitas y los extranjeros que los acompañaban. Nadie sufrió de hambre ni de desnutrición. A pesar de ser un alimento tan saludable y que cubría todas las necesidades en minerales, vitaminas y demás elementos indispensables para una vida saludable, la gente murió de las mismas formas en que morimos todos.
Contaban con un alimento extraordinario, pero sus excelentes ventajas al final no eran tan relevantes, porque solo servían para esta vida terrenal. Ninguno de sus beneficios evitaría, que el consumidor terminara en la tumba.
En su enseñanza de cómo orar, Jesús nos dejó una invalorable enseñanza, pues nos dice que pidamos el pan de cada día para cubrir nuestras necesidades terrenales de alimento. Nos da a entender que debemos pedir lo mínimo indispensable, Dios sabrá cuánto, cómo y qué darnos en su Providencia.
Pero la supervivencia en este mundo resulta secundaria comparada con la vida venidera. Jesús es el Pan de vida, es el pan que descendió del cielo, entonces significa que es indispensable para la vida, pero no para cualquier vida, sino una vida eterna donde reinarán la paz, el gozo, la verdad y la justicia.
La gente se queja y manifiesta que dadas las circunstancias por las que está pasando “no está teniendo vida”. El hombre natural dice “esto es vida” cuando puede disfrutar de los placeres sensuales, ya sea porque se encuentra en un lugar paradisiaco donde tiene la “mejor” compañía, los mejores alimentos y bebidas, y un alojamiento de lujo, o porque está realizando una actividad que lo llena por completo.
El creyente, aunque no dejará de disfrutar si se presenta la ocasión de hacerlo en conjunción con sus deberes cristianos, no comparte los mismos ideales de los incrédulos, porque conoce que la vida venidera sustituirá con creces cualquier placer mundano imaginable, y sabe que alimentarse con el alimento espiritual que representa Jesucristo es la única manera de conseguir la vida eterna.
Cristo es el alimento en sí mismo y sólo Él puede proveer de dicho alimento espiritual. Los israelitas que habían pecado murieron en el desierto, a pesar de haberse alimentado con el maná. Los que desobedecieron no entraron en él reposo de Dios a causa de su incredulidad (Hebreos 3:17-19).
Los que se hayan arrepentido de sus pecados, crean en Cristo Jesús y confiesen que Él es su Señor y salvador serán alimentados por el Pan de vida, cuya excelencia es tal, que el hombre que se alimenta de él, no morirá jamás.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.
