¿Cómo es posible que yo, que soy tu siervo, hable contigo? ¡Las fuerzas me han abandonado, y apenas puedo respirar! Daniel 10:17 NVI
Queridos amigos, cuando el impío escucha sobre el temor de Dios, no puede o no quiere concebir, que el Dios en que dice creer, sea un Dios temible.
Dios tiene entre, varios otros los atributos de amor, bondad, benevolencia, paciencia y misericordia, condiciones indiscutibles. La mayoría quiere ver a Dios solo desde el ángulo gentil, y cuando escuchan lo terrible que es estar delante de un Dios airado, no lo pueden creer ni aceptar. Buscan empequeñecer a la mínima expresión su atributo de justicia, pues no condice con lo que esperan de Él o con lo que quieren creer sobre Él.
El Antiguo Testamento describe a Dios de la siguiente manera: Porque el Señor vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible que no hace acepción de personas ni acepta soborno (Deuteronomio 10:17). Se trata del mismo Dios del Nuevo Testamento, sin importar bajo qué pacto o dispensación se esté.
Jonathan Edwards dio un sermón en 1741 que se lo conoce como “Pecadores en manos de un Dios airado”. Y sí, Dios está airado por el pecado constante de la humanidad en su conjunto. La “ira de Dios” es una forma humana para describir la santa repulsión de Dios hacia la gravísima transgresión del pecado. Ay de aquel que se encuentre ante la ira de Dios.
No solo por lo pecador que es el hombre sino por la inconmensurable distancia existente entre él y el Dios santo, no debe perderse jamás el debido sentido de distancia que hay que tener con el Dios omnipotente.
El hombre natural, que se cree creyente, suele tener muy altos conceptos de sí mismo y está seguro de tener el derecho de ser escuchado por Dios, y si percibe lo contrario se enoja con Él, como si fuera su igual, pues confunde a su padre con el Creador. ¿Cómo es posible siquiera pensar que el Dios Altísimo, ese Dios de gloria, se digne a mirar el producto del polvo?
Solo por misericordia y gracia es que los escogidos pueden ver el brillo del rostro de Dios sobre ellos (No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá, Éxodo 33:20), pero saben, que no son dignos de tal honor, conocen de su condición miserable de perdición, y se humillan ante Dios, como lo hicieron Manoa, Isaías y Daniel.
Manoa, el padre de Sansón, le dijo a su mujer: Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto (Jueces 13:22). Isaías tuvo también una experiencia delante de Dios y su exclamación inmediata fue: ¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (Isaías 6:5).
Daniel no habló de morir cuando Dios le habló, pero describió que las fuerzas lo abandonaron por completo y que estaba a punto de dejar de respirar, algo aproximado a la muerte. En ninguno de los casos la presencia de Dios estaba relacionada con el juicio de alguno de ellos, pero se puede observar que el temor de Dios era evidente en estas personas, pues demostraban una altísima reverencia ante y por Dios.
El temor de Dios no se trata de un miedo irracional, sino más bien de saberse merecedor de juicio y castigo por ser un transgresor reiterativo. Vivir bajo el temor de Dios, no es vivir asustado, es más bien vivir una vida de gracia, reverente y feliz, buscando agradar a Dios a través de la continua obediencia.
Así como Dios obra con juicio y castigo con los que no le temen, obra de manera especialmente amorosa sobre aquellos que se esfuerzan por vivir bajo su temor. Él regala paz a los atribulados, sana a los heridos, fortalece a los que están pasando por debilidad. Y los temerosos de Dios reciben sus dones y bendiciones con humildad, sabiendo que todo, absolutamente todo, viene de Él y que el hombre sin Dios es menos que nada.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.