No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que Jehová juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.” Deuteronomio 9:5 RVR1960
Queridos amigos, existen casos en la historia del deporte donde imposibles se hicieron posibles. A través de un excelente liderazgo, equipos que no tenían muchas posibilidades de ganar, lograron ser campeones, lo mismo sucede en la historia de la guerra.
Se ha podido demostrar que es posible vencer al poderío económico de equipos que cuentan con jugadores estrella y con el apoyo de multitudes o a ejércitos con superioridad numérica y en armas.
Observamos que existen talentos que pueden liderar de tal manera que logran hazañas portentosas a la vista de los ojos humanos.
¿Qué podemos decir cuando Dios se pone a la cabeza? Que se trata de una de sus tantas acciones incomparablemente grandiosas.
Aproximadamente cuarenta años antes los espías enviados a investigar la tierra prometida pudieron observar el riesgo que representaba atacar a sus habitantes, especialmente porque en ella vivían gigantes que los amedrentaron con su tamaño, fuerza y agresividad.
El resultado fue que Israel tuvo que vagar cuarenta años por el desierto por no haber confiado en la promesa de Dios y haber temido entrar en la tierra prometida por el testimonio cobarde de la mayoría de estos espías.
Moisés se ocupó de describir el poderío del enemigo al que estaban por enfrentar. No usó técnicas especiales para conseguir alentar al pueblo de tal manera de hacerlo vencedor, su liderazgo estaba orientado a que los hijos de Israel vieran en Jehová su verdadero poder y majestad. Se requería que los hijos de Israel pusieran su plena confianza y esperanza en El Señor de los ejércitos, para lograr finalmente poseer las ansiadas tierras desde hace cuatro décadas.
Las naciones de Canaán iban a ser destruidas por Dios por su maldad, de la misma manera que todos los no redimidos serán destruidos.
La maldad del hombre no se refiere a que es tan malo como podría ser, sino que debe entenderse como el cúmulo de pecados contra Dios que cada pecador va desarrollando durante el transcurso de su vida.
No creo que exista nadie que sea tan malo como para no haber demostrado alguna vez algo de bondad, amor, sentido de cooperación, o alguna otra cosa buena. Sin embargo, ni el más bueno de los hombres es merecedor de perdón, porque en algún momento de su vida se ha hecho culpable de juicio y posterior castigo por su pecado. Todos somos pecadores y todos somos merecedores de juicio y castigo.
Solo a través de Jesucristo y su muerte redentora se puede ser salvo del castigo eterno, porque Él murió en muerte sustituta por todos los que en Él creen.
Los cananéos vivían sin Dios incumpliendo su ley, su vida era de idolatría, fornicación y toda clase de inmundicia, palabras bíblicas que expresan el modo de vivir del mundo, de esa época y de la actual. Estos mundanos, que habitaban en la tierra prometida a los hebreos, recibirían el juicio de Dios antes que otros.
Dios había prometido a los patriarcas que su pueblo elegido viviría en una tierra donde fluye leche y miel, ahora estaba a punto de cumplir su promesa. Los hijos de Israel debían enfrentarse con los poderosos ejércitos de las naciones de Canaan y solo tenían que confiar en Dios, quien los llevaría a la victoria.
La amonestación para el pueblo fue que Dios no les estaba ayudando por tener un comportamiento justo y por contar con un corazón recto, su ayuda venía a causa de su fidelidad para con sus padres Abraham, Jacob e Isaac.
Se entiende que les estaba diciendo que no tenían nada de qué estar orgullos después de vencer en la batalla, porque la gloria iba a ser toda de Dios, como siempre.
El creyente debe saber que si Dios le ayuda no es precisamente porque sea especialmente bueno o que haya realizado algo por lo que debería ser premiado. Los pecadore, por nuestra condición caída no somos merecedores de nada, motivo por el cual Dios obra por pura misericordia y gracia. De la misma manera, el creyente debe actuar con quienes son merecedores de nada a los ojos humanos, brindándoles misericordia.
Que Dios les bendiga grandemente.