El que anda en justicia y habla con sinceridad, El que rehúsa la ganancia injusta, Y se sacude las manos para que no retengan soborno; El que se tapa los oídos para no oír del derramamiento de sangre, Y cierra los ojos para no ver el mal. Ese morará en las alturas, En la peña inconmovible estará su refugio; Se le dará su pan, Tendrá segura su agua. Isaías 33:15-16 NBL
Queridos amigos, en estos tiempos de pandemia es muy deseable estar tranquilo en casa propia, lo que muchos no pudieron ni pueden tener. Sin embargo, es muchísimo más atractivo reposar en la casa de Dios, para lo cual se requiere de fe y gracia.
Para descansar en la casa del Señor es necesario vivir en rectitud, pues solamente los que caminan con rectitud, piensan y hablan lo que es bueno, y por tanto, pueden vivir con Dios. Sin el recto caminar es imposible siquiera acercarse a Dios, porque Él es un fuego que consume el mal, nadie, que no haya sido declarado justo, podrá resistir la prueba de dicho fuego consumidor (Isaías 33:14).
En contraposición a los impíos que serán consumidos en el fuego, los declarados justos por Dios se comparan a la zarza ardiente que no fue consumida, en realidad el fuego de la santa presencia del Señor no solo los santifica sino que también los protege.
Por el don de fe verdadera en Jesucristo el hombre natural es declarado justo, pues el Señor hizo justicia en vez de él, muriendo en muerte sustituta. Como resultado el justo desea vivir en permanente justicia, lo cual conlleva a que quiera caminar rectamente, sin desviarse ni a derecha ni a izquierda.
El justo, es decir el creyente verdadero, está atento ante la ocasión de pecar. Aunque por continuar en su naturaleza carnal todavía cae en pecado, Dios en su poder se ocupa de mantenerlo a salvo, además de que todos sus pecados fueron borrados en justicia, y su nombre está escrito en el libro de la vida.
Recién cuando el hombre está en la condición espiritual de nacido de nuevo puede reconocer la hermosura de andar en rectitud, porque ha sido dotado de ojos espirituales para ver la belleza de la santidad de Dios.
Con los ojos espirituales abiertos se mira hacia atrás y se observa el horror del pecado vivido, y gracias a las promesas de Dios el convertido puede visualizar un futuro con Él. Como resultado de tanta bendición desea andar en justicia y hablar siempre con sinceridad y honestidad.
El creyente verdadero demuestra la justicia y rectitud que desea seguir, rehusándose a la ganancia injusta, por ejemplo a través de sobornos o extorsión. Se niega a escuchar ideas orientadas hacia las malas acciones, tapándose los oídos si fuese necesario.
Los ojos son la lámpara del cuerpo, así que si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo estará lleno de luz (Lucas 11:33). Bajo dicha premisa el creyente genuino cierra sus ojos para no ver el mal. Y si su ojo derecho le fuera ocasión para pecar, sabe que sería mejor sacárselo y perder dicho miembro, que terminar con el cuerpo entero en la hoguera eterna (Mateo 5:29).
A quien anhele caminar en rectitud nada de lo necesario le faltará. No solo tiene el pan y el agua asegurados, gracias a su fe también morará en las alturas, disfrutando de la presencia del Señor de señores y Rey de reyes para la eternidad, pues vivirá protegido por una peña inconmovible.
Pidámosle en oración a nuestro Padre celestial que nos ayude a apartar nuestros ojos de la vanidad, avivándonos en su camino (Salmos 119:37). Recordando el mandato de no participar en las obras infructuosas de las tinieblas y más bien reprenderlas (Efesios 5:11).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.