Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría. Salmos 90:12 RVR1960
Queridos amigos, para los que tenemos más de medio siglo de vida resulta interesante mirar hacia atrás para determinar la dimensión del tiempo.
Cuando digo “hace cuarenta años” no me parece un lapso de tiempo muy largo, me visualizo en esas épocas y parece que el tiempo hubiera, más bien, pasado demasiado rápido. En contraposición se encuentra la visión de los jóvenes, para quienes vislumbrar su vida dentro de cuarenta años es simplemente una eternidad.
Vemos que la percepción del tiempo es relativa, y que en verdad, nuestro pasar por este mundo es definitivamente pasajero. Lo relativo también se observa en las personas ancianas, a quienes en muchas ocasiones he escuchado decir “ya he vivido suficiente, ya me quisiera ir”, algo inconcebible para la mentalidad de un joven, que tiene tanto por vivir.
Muchos estarán de acuerdo en que una buena parte de la vida no es precisamente placentera, y también muchos compartirán que se busca con ahínco disfrutar los placeres de la vida lo más posible, precisamente porque se vive solo una vez y la vida es efímera.
Los que creemos literalmente en la Biblia, sabemos que en los primeros tiempos la vida que Dios otorgó al hombre fue mucho más prolongada que los 70 u 80 años que vivimos en promedio en estos días. A pesar de que Adán, Matusalén o Noé vivieron varios siglos su vida también fue efímera comparada con los tiempos de Dios.
El problema radica en que la gran masa de personas no se da cuenta de su pasajera vida porque están distraídas por las exigencias y avatares del mundo.
Es doloroso observar cómo muchos dicen no interesarse por lo que vendrá después de la muerte, algunos se imaginan algún final cósmico y otros sencillamente creen que se irán al cielo. La Palabra enseña que solo los que hayan sido bendecidos con la gracia salvadora y crean verdaderamente en Jesucristo como su Señor y salvador vivirán en el reino de Dios, el resto terminará en el infierno.
Qué contraste entre Dios y el hombre, Él es infinito, mientras que la vida del hombre no representa ni siquiera una pequeñísima medida en la línea tiempo. Nuestros días son como la hierba que nace y muere muy pronto ( Salmos 103:15). Para Dios un día es como mil años, y mil años son como un día (2 Pedro 3:8). Bajo estas condiciones no resultará muy difícil comprender y aceptar que nuestro corto tiempo está en las manos del Creador.
Solo pocos entre las multitudes le piden a Dios que les enseñe a “contar sus días”, porque el resto no percibe lo pasajera que es su vida. Estamos acostumbrados a decir que cumplimos un año más de vida y lo correcto es que día que pasa se trata más bien de un día menos de vida, a no ser que se goce de la bendición de la salvación eterna.
En vez de desperdiciar nuestros preciosos días persiguiendo sueños y ambiciones sin ninguna trascendencia para los tiempos, busquemos reconciliarnos con Dios a través del perdón de nuestros pecados. Pidamos a Dios que pueda darnos sabiduría para aprender cómo evaluar y comprender el verdadero valor de “nuestros días”.
Solo el poder de Dios puede llevarnos a un cambio tal, que podamos ver y discernir una nueva realidad, porque nos da ojos para ver y oídos para escuchar. Vivamos bajo el temor de Dios, orando para que el Espíritu Santo nos enseñe y nos traiga sabiduría al corazón.
Les deseo un día muy bendecido.