La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa. Proverbios 19:11 RVR1960
Queridos amigos, el enojo es común y frecuente en las personas del mundo. Suele ser una reacción motivada por diferentes causas o sucesos, que pueden ser externos o internos.
Un vuelo retrasado o cancelado, un embotellamiento de tránsito, un conductor distraído, o cuestiones más amplias como la discriminación y la injusticia suelen ser motivos externos de enojo, los internos pueden originarse en problemas personales y preocupaciones. Pero los más frecuentes, en mi experiencia, son los motivadores interpersonales, cuando nos enteramos de un chisme, cuando alguien nos critica o nos dice algo que no nos gusta, nos parece injusto o nos rechaza. Observamos que los motivos de enojo son amplios.
La psicología moderna encuentra diversas razones para el enojo, una explicación común es la baja autoestima o inseguridad personal como detonante del enojo. Dice que detrás de cada enfado existe alguna frustración. Se afirma que la irritación proviene de la imposibilidad de controlar una situación e incluso a una persona.
Pero una de las explicaciones más contrarias a la Palabra es la que dice que el enfado cumple la función de protegernos de aquello que puede causarnos daño. Resulta que enojarse es necesario cuando la situación lo demanda, porque hay que marcar límites. Además, el enojo es una emoción normal y saludable, siempre y cuando no se convierta en destructivo.
Se define al enojo como un estado emocional que varía en intensidad, cuya respuesta es casi siempre agresiva. En ese sentido el enojo no puede ser bueno. La Palabra enseña que el necio al punto da a conocer su ira (Proverbios 12:16), el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad (Proverbios 14:29), el hombre iracundo promueve contienda (Proverbios 15:18) y todo insensato se envolverá enojado en contienda (Proverbios 20:3).
Aunque la psicología quiera justificar el enojo como una reacción humana completamente normal, el enojo suele conducir a pecado. Es posible enfadarse sin pecar, caso contrario el apóstol Pablo no hubiera escrito: airaos pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo (Efesios 4:26-27). Dar lugar al diablo es permitir que el enojo se convierta en pecado.
Es necesario vencer al mal con el bien. Para eso se requiere de una buena dosis de dominio propio (es un fruto del Espíritu), de manera tal que se pueda reaccionar al enojo con firmeza pero sin agresividad. La firmeza necesaria no implica prepotencia ni exigencias especiales.
No todas las situaciones exigen una reacción firme. Es mejor no reaccionar y reprimir el enojo, pues la cordura del hombre retiene su furor y honra del hombre es dejar la contienda (Proverbios 20:3). La psicología afirma que existe un peligro en esto, puesto que el enojo reprimido puede causar frustración y enfermedades, tales como hipertensión, además puede buscar desquitarse con otros.
Si es posible, siempre y cuando dependa de nosotros, estemos en paz con todos los hombres. No nos venguemos nosotros mismos, si nuestro enemigo tiene hambre démosle de comer y si tuviera sed démosle de beber. No seamos vencidos de lo malo, más bien venzamos con el bien (Romanos 12:18-21).
Es menester ser benignos los unos con los otros, misericordiosos, perdonándonos los unos a los otros, así como Dios perdonó a los que estamos en Cristo (Efesios 4:32). Por todo esto, todos debemos ser prontos para oír, tardos para hablar y aún más tardos para enojarnos (Santiago 1:19).
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.