Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a Él. 1 Juan 3:1 NBL
Queridos amigos, cuán doloroso es para el creyente verdadero cuando el impío cercano a él lo juzga, malentendiendo su celo y amor por Dios, declarándolo culpable de creerse superior y vivir en la estratosfera, fuera del alcance de todos.
Cuán poco saben los impíos sobre el cambio radical obrado en los corazones de los creyentes. No entienden que el poder de Dios obró para arrepentimiento y conversión, y que las cosas del mundo dejaron de ser atractivas (de manera definitiva) para el nacido de nuevo.
Con tal ignorancia es fácil acusarle al convertido de haberse vuelto no solo aburrido y sin vida, sino también fanático y obsesivo. De manera inexplicable dejó de compartir y disfrutar lo que tanto le gustaba, ahora se ocupa sistemáticamente de ser el agua fiestas, pues parecería que se hizo ciudadano de otro planeta.
El creyente genuino por supuesto que sufre ante dicha persecución, pues de eso se trata exactamente, aunque aparentemente se vea más como una agresión por parte del creyente hacia los impíos, quienes deben sufrir su falta de entusiasmo por lo “bueno” de la vida.
Cuando oyen que tiene gozo y paz en el corazón, se preguntan cómo será posible. A pesar de conocer a un convertido de cerca, poco saben sobre la dicha de los genuinos seguidores de Jesucristo.
Y tienen razón cuando piensan que el convertido es de otro planeta, aunque no sea así exactamente. El creyente como nuevo ciudadano del cielo se encuentra en tierra extranjera, por lo tanto, es menester que se contente con las dificultades de ser extranjero, también su Señor tuvo que pasar por maltrato.
Pero el pasajero sufrimiento en este mundo debe tener sin cuidado al creyente verdadero, especialmente por los privilegios que el Dios Padre le brinda. ¿Acaso no es un maravilloso privilegio pasar de ser vulgar criatura de Dios a ser escogido hijo de Dios?
El amor prodigado por Dios para con las criaturas que convierte en sus hijos es un privilegio muy difícil de describir, pues, ¿cómo se puede amar de esa manera a lo despreciable y vil? El impío se escandaliza al oír que Dios escoge lo despreciable y vil, porque no reconoce la maldad de su corazón.
Cuánto privilegio en el hecho de que el Dios creador del universo se acerque al pecador y decida convertirlo en su hijo adoptivo, dándole los mismos derechos de un hijo de sangre, asegurándole como su heredero y con Cristo Jesús como coheredero del reino.
El privilegio no está solo en ser llamado hijo de Dios sino que el convertido por gracia es en verdad hijo de Dios para la eternidad. Se convierte en miembro oficial de la familia de Dios y por tanto, disfruta de los derechos y asume las obligaciones que la cabeza de familia determina.
Todo esto el mundo no ve ni puede ver, pues se realiza en el ámbito espiritual donde el Espíritu Santo da testimonio al espíritu del nacido de nuevo de que es hijo de Dios (Romanos 8:16).
Dios pone una condición para llegar a ser coheredero del reino juntamente con Cristo Jesús, el cristiano debe vivir como Él vivió y su padecimiento debe ser junto con Él, para que junto con Él sea glorificado (Romanos 8:17).
Ante tan grande honor de ser llamado hijo de Dios, ¿por qué el mundo desprecia tanto al convertido genuino? Al estar experimentando lo que Cristo ya había experimentado, no es reconocido como hijos de Dios y es rechazado, pues según el criterio del mundo todos son hijos de Dios, además de que los criterios del mundo no se alinean a los de Dios.
Les deseo un día muy bendecido.
“Es mejor decir la verdad que duele y luego sana, que la mentira que consuela y luego mata”. A.R.