Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? Porque muy cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.” Deuteronomio 30:11-14 RVR1960
Queridos amigos, tantas veces como para no poder contar he visto cómo las personas nos excusamos de las cosas que otros nos reclaman de manera justificada.
Buscamos dar una respuesta que justifique nuestro obrar, sin detenernos a analizar si la otra parte tiene razón o no y si escucharle puede llevar hacia una oportunidad de mejora o crecimiento personal.
Lo más duro viene cuando ya no se tienen excusas, aún así existen algunos que se resisten en aceptar su error y rebaten con discusión y hasta pelea. Son capaces de hacer cualquier cosa antes que aceptar una debilidad o pedir simplemente perdón.
¿Qué hacemos cuando nuestro error en realidad es un pecado? La Biblia enseña que es necesario arrepentirse de los pecados y pedir perdón a Dios con un corazón humilde y sincero.
¿Será que tenemos la opción de escoger entre el bien y el mal, entre vivir o morir?
Moisés tuvo que amonestar fuertemente al pueblo hebreo después de las duras experiencias de pecado del pasado cercano.
Ahora les quedaba escoger adecuadamente. Dios le había hablado a Moisés en la montaña y después Moisés les había hablado a los israelitas en palabras completamente comprensibles como para que pudieran entender bien para luego tomar la decisión adecuada.
Lo dicen las Escrituras, el mandamiento no es tan fácil, pero tampoco es tan difícil y lo bueno es que está a la mano, lo tienes en tu boca y en tu corazón, por lo tanto no tienes que realizar ningún esfuerzo para encontrarlo, estás invitado a cumplirlo.
Podían decidir vivir, es decir disfrutar de la salvación y de las bendiciones de Dios, si decidían amarle con tal entereza de corazón que los llevaría a ser obedientes a su Palabra.
También podían decidir morir, claro que nadie decide morir, pero si la decisión de una persona no es a favor de Dios, está decidiendo ir en su contra y está buscando la desobediencia y la maldición, al final su pecado la llevará al infierno, aunque pueda tener una vida satisfactoria en este mundo. El pueblo hebreo ya había conocido la desobediencia y el consecuente castigo de Dios.
La decisión suena obvia, pero tan simple como se ve, se trata de una decisión sumamente profunda, que el hombre en su condición caída difícilmente puede o quiere tomar.
Así como muchos se proponen tal o cual cosa en año nuevo y poco tiempo después ni siquiera se acuerdan de sus propósitos y promesas, el hombre natural, en este caso los israelitas, ve como bueno seguir la ley de Dios, no obstante apenas se ve afectado de alguna manera por su cumplimiento, se aleja de ella.
Entonces no es sorpresa alguna, que Dios haya dado la opción de realizar sacrificios para expiación de pecados, que el pueblo de Israel necesitaba realizar regularmente.
Vemos que no les era posible vivir cumpliendo la ley a plenitud, por lo que era necesario que los sacerdotes realizarán sacrificios continuamente para perdonar su incumplimiento, dígase pecado.
Así fue hasta que fuimos bendecidos con la venida de Jesús, Él murió en la cruz como sacrificio perfecto, una sola vez y para siempre. Él pagó por nuestros pecados, por lo tanto, ya no son necesarios más sacrificios de ningún tipo. Nuestra salvación no es por el cumplimiento de la ley, sino por sola gracia.
Para vivir es necesario confesar con la boca que Jesucristo es el Señor y salvador y creer en el corazón que resucitó de entre los muertos y venció al pecado y a la muerte, entonces la vida está asegurada para la eternidad. Todo esto es imposible conseguir sin fe, la fe es un don de Dios y es una consecuencia de la gracia, que a su vez procede de la misericordia del Dios Padre.
En conclusión si no somos salvos, no nos podemos salvar por el cumplimiento de los mandamientos, dependemos de la misericordia de Dios. Si hemos sido bendecidos con la gracia salvadora nuestro anhelo será la obediencia y por tanto, esforzarnos por cumplir la ley, lo cual nos santifica pero no aporta en nada a nuestra salvación.
Dios es quien otorga el regalo de la gracia a quienes no lo merecen, porque Él tiene misericordia de quien quiere tener misericordia. No olvidemos que no existe ni uno solo entre nosotros, que pueda atribuirse el ser merecedor de la gracia de Dios.