Yo dije: Jehová, ten misericordia de mí; Sana mi alma, porque contra ti he pecado. Salmos 41:4 RVR1960
Queridos amigos, recordemos que el Padre Nuestro de Mateo 6:9-13 no es un rezo para repetir de memoria, sino una guia para orar (correctamente).
De igual manera debemos hacer caso a estas otras palabras de Jesús: Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos (Mateo 6:7).
Si bien Jesús nos enseña que debemos pedir perdón por nuestros pecados a Dios: Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mateo 6:12), considero, que es más importante demostrarle un corazón contrito, que reconoce con arrepentimiento nuestras transgresiones en su contra.
Debemos tener cuidado de no confundir nuestro arrepentimiento con una emoción sentimental, si no abandonamos el pecado, tengamos por seguro que Dios no aprobará dicho arrepentimiento.
Entonces es imprescindible realizar el acto de contrición previamente, antes de pedirle perdón a Dios para recibir de su misericordia sanadora. Creo que no hay nada más martirizador para el creyente que vive en el temor de Dios, que saberse un agresor de su Señor, porque conoce sus propios pecados.
Ese dolor del creyente apesadumbrado por su pecado es expresado de manera bellísima por el salmista: ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío (Salmos 42:5).
Humillarse ante Dios reconociendo los propios pecados y pedirle perdón con el corazón completamente arrugado por el dolor, la pena y el arrepentimiento, sana la enfermedad del alma conocida como pecado por la maravillosa gracia, pues la bondad de Dios es tan grande que nos da día tras día gracia sobre gracia, para que recibamos constantemente de su plenitud (Juan 1:16).
En este pasaje de Salmos el salmista está haciendo una oración por salud, lo cual todos podemos realizar, creo que en el ranking de pedidos está dentro del top tres. Sin embargo, es imperativo considerar que la salud espiritual está primero que la salud corporal, aunque la corporal parece estar más valorada.
Dios en su infinita bondad puede escuchar nuestras súplicas de sanidad, pero no debemos dejar de examinarnos, pues la enfermedad podría ser a causa del pecado. El salmista, que suponemos que era el rey David, reconoce que su enfermedad es consecuencia de su pecado, posiblemente aquel con Bethsabe.
Las pruebas, en este caso una enfermedad, no todas son a causa del pecado, pero una vez más, no dejemos de examinar nuestro corazón para, como David, identificar las posibles causas. Dios obrará siempre su poder sanador, de una manera o de otra, pues no nos da lo que esperamos o creemos necesitar, sino aquello que en verdad nos es de utilidad.
El salmista no podría haber sido más claro: Él es quien perdona todas tus iniquidades, Él que sana todas tus dolencias (Salmos 103:3), principalmente son dolencias espirituales, eso lo confirmamos en el siguiente versículo: Él sana a los quebrantados de corazón, Y venda sus heridas (Salmos 147:3).
Podríamos orar como el salmista: Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; Sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. Mi alma también está muy turbada; Y tú, Jehová, ¿hasta cuándo? (Salmos 6:2-3). No sabemos cuándo o hasta cuándo, pero tenemos la certeza de sus promesas para con sus hijos.
Les deseo un día muy bendecido.